Ciudad del Vaticano, 26 de septiembre de 2015 (Vis).-El Memorial de la Zona Cero, construido en el lugar donde el 11 de septiembre de 2001 se derrumbaron las Torres Gemelas embestidas por dos aviones en un atentado que causó 2.896 muertos fue la segunda etapa de la visita del Papa a New York. El Memorial es ahora un parque de casi 33.000 metros cuadrados con un bosquecillo de encinas blancas y dos cascadas artificiales que alimentan dos grandes pilas de agua ubicadas en el sitio que ocupaban las Torres Gemelas y rodeadas de una pared de bronce donde están grabados los nombres de todas las víctimas de los atentados del 26 de febrero de 1993 contra el World Trade Center y del 11 de septiembre de 2001. En el subterráneo hay un museo con recuerdos de aquellos trágicos eventos.
A su llegada Francisco, acompañado por el cardenal arzobispo de New York, Timothy Dolan, depositó una rosa blanca cerca de la pila sur y saludó uno por uno a los veinte familiares de los socorristas caídos. Después entró en el edificio del Memorial donde le esperaban un rabino y un imán de Nueva York y rezó una oración por la paz a la que siguieron cinco meditaciones sobre la paz (hindú, budista, sikh, cristiana, musulmana) y una plegaria judía por los difuntos, acabada la cual el Papa pronunció un discurso.
''Me produce distintos sentimientos, emociones, estar en la Zona Cero donde miles de vidas fueron arrebatadas en un acto insensato de destrucción -dijo- Aquí el dolor es palpable. El agua que vemos correr hacia ese centro vacío nos recuerda todas esas vidas que se fueron bajo el poder de aquellos que creen que la destrucción es la única forma de solucionar los conflictos. Es el grito silencioso de quienes sufrieron en su carne la lógica de la violencia, del odio, de la revancha. Una lógica que lo único que puede causar producir es dolor, sufrimiento, destrucción, lágrimas. El agua cayendo es símbolo también de nuestras lágrimas. Lágrimas por las destrucciones de ayer, que se unen a tantas destrucciones de hoy. Este es un lugar donde lloramos, lloramos el dolor que provoca sentir la impotencia frente a la injusticia, frente al fratricidio, frente a la incapacidad de solucionar nuestras diferencias dialogando. En este lugar lloramos la pérdida injusta y gratuita de inocentes por no poder encontrar soluciones en pos del bien común. Es agua que nos recuerda el llanto de ayer y el llanto de hoy''.
Franciscó recordó entonces su encuentro con los familias de los socorristas, subrayando que constató una vez más ''cómo la destrucción nunca es impersonal, abstracta o de cosas; sino, que por sobre todo, tiene rostro e historia, es concreta, posee nombres. En los familiares, se puede ver el rostro del dolor, un dolor que nos deja atónitos y grita al cielo''. Pero ese encuentro le mostró también el poder ldel amor y del recuerdo. ''Un recuerdo que no nos deja vacíos. El nombre de tantos seres queridos están escritos aquí en lo que eran las bases de las torres, así los podemos ver, tocar y nunca olvidar''.
También, rememorando la labor de los bomberos que el 11 de septiembre entraron en las torres que se estaban cayendo sin preocuparse de su propia vida, habló de ''la capacidad de bondad heroica de la que es capaz también el ser humano, la fuerza oculta a la que siempre debemos apelar''. Por eso un lugar de muerte ''se transforma también en un lugar de vida, de vidas salvadas, un canto que nos lleva a afirmar que la vida siempre está destinada a triunfar sobre los profetas de la destrucción, sobre la muerte, que el bien siempre despertará sobre el mal, que la reconciliación y la unidad vencerán sobre el odio y la división''.
''En este lugar de dolor y de recuerdo -prosiguió- me llena de esperanza la oportunidad de asociarme a los líderes que representan las muchas tradiciones religiosas que enriquecen la vida de esta gran ciudad. Espero que nuestra presencia aquí sea un signo potente de nuestras ganas de compartir y reafirmar el deseo de ser fuerzas de reconciliación, fuerzas de paz y justicia en esta comunidad y a lo largo y ancho de nuestro mundo. En las diferencias, en las discrepancias, es posible vivir en un mundo de paz. Frente a todo intento uniformizador es posible y necesario reunirnos desde las diferentes lenguas, culturas, religiones y alzar la voz a todo lo que quiera impedirlo. Juntos hoy somos invitados a decir ''no'' a todo intento uniformante y ''sí'' a una diferencia aceptada y reconciliada''.
Francisco invitó a todos a rezar en silencio por la paz, desde las casas a ''esos lugares donde la guerra parece no tener fin'' y ''esos rostros que lo único que han conocido ha sido el dolor''.
''Así -concluyó después de haber rezado- la vida de nuestros seres queridos no será una vida que quedará en el olvido, sino que se hará presente cada vez que luchemos por ser profetas de construcción, profetas de reconciliación, profetas de paz''.
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