El Papa Francisco y su visita a los Estados Unidos





El Papa Francisco y su visita a los Estados Unidos
Germán McKenzie González | Profesor Adjunto en Niagara University (Lewiston, Nueva York) 

La próxima visita del Papa Francisco a los Estados Unidos, que tendrá lugar del 22 al 27 de septiembre, cubrirá Washington, D.C., Nueva York y Filadelfia. El punto focal de la misma será su participación en el 8º. Encuentro Mundial de las Familias, en esta última ciudad. Sin embargo, también tienen gran importancia la Misa de Canonización del Beato Junípero Serra, así como sus discursos ante la Organización de las Naciones Unidas y ante el Congreso de los Estados Unidos.
El último Papa en visitar el país fue Benedicto XVI en el año 2008. En esa visita mencionó, entre otros, asuntos como la ayuda para el desarrollo de los países Latinoamericanos también como prevención de la inmigración ilegal, así como la necesidad de encontrar medios para incorporar a los inmigrantes ilegales a la vida del país. También habló del rol de la religión en la vida pública en el marco de un estado laico que se beneficia de ello, y la importancia de los derechos humanos en una visión en la que las diversas culturas los ven inscritos en el ser de la persona y que son anteriores a las instituciones y las leyes.
Hoy, el contexto y el Papa son diferentes. Los Estados Unidos viven momentos cruciales en su vida política y económica. La polarización entre republicanos y demócratas, y en general entre ciudadanos estadounidenses por razones políticas, ha alcanzado niveles muy altos durante los dos términos del gobierno del presidente Obama.
Aún se siente el impacto de la recesión económica consecuencia de la crisis financiera del 2008, que en cifras de 2013 llevó a 14% de personas, y al 20% de menores de 18 años, a la pobreza (U.S. Census Bureau, 2014). Los niveles de desigualdad son los más altos entre los países de la OCDE, siendo que, en cifras de 2010, el 20% de la población más rica recibe el 58% de los ingresos, y el 20% más pobre sólo el 2% (Pew Research Center, 2013). Igualmente preocupante es el debilitamiento de la democracia gracias a la acción de grupos de presión cuyas agendas no han tenido reparo en buscar avasallar la libertad de conciencia y la libertad religiosa, en especial vía la implementación de la Reforma de Salud de la administración Obama y el activismo de grupos feministas radicales, pro-LGTBQ y pro-choice.
La reciente decisión de la Corte Suprema de reconocer las uniones homosexuales como matrimonio no ha hecho sino enrarecer aún más el ambiente, teniendo en cuenta que 32 de los 50 estados miembros de la Unión habían votado, en los últimos años, por solo reconocer como matrimonio la unión entre hombre y mujer. Otro hecho a considerar es el incremento de aquellos que se consideran no afiliados a una institución religiosa (“spiritual but not religious”), que han pasado de ser 16% en 2007 a 22% en 2014 (Pew Research Center, 2015), indicando una relativa secularización de la sociedad.
La Iglesia Católica, por su parte, aún no encuentra un lugar adecuado en relación al “mainstream” de la cultura de los Estados Unidos. Pasó de establecer un esquema de enclaves Católicos basados en grupos étnicos de inmigrantes, a una estrategia de “americanización” (asimilación) —en especial cuando terminó la Segunda Guerra Mundial—, para quedar desconcertada por la renovación del Concilio Vaticano II (Schindler, 1996; Shaw, 2013). Recién con San Juan Pablo II, en especial sus enseñanzas y los nombramientos episcopales que hizo, se ha podido reconstruir, en parte, una subcultura católica desde la cual la fe pueda informar y elevar la cultura estadounidense, lo que también ha de incluir una crítica constructiva.
Aunque positivo, este fenómeno presenta el riesgo de que pueda convertirse en un gueto. Por otro lado, esta subcultura no ha sido suficiente para evitar que, por ejemplo, una gran proporción de Católicos de a pie vivan un “catolicismo a la carta” (“cafeteria Catholicism”),  en relación a lo que creen, lo que rezan y los principios éticos que los orientan. En esta visión la fe se construye principalmente según preferencias personales (Greeley, 1990; Gillis, 1999). Tampoco se ha revertido la confusión en la identidad católica de numeroso colleges y universidades católicos.
El Papa Francisco puede convertirse en un motor de cambio en la dirección correcta.  En la misma línea que sus predecesores, pero con un estilo pastoral muy público y elocuente en gestos y palabras, el Papa hace de la visión cristiana de la dignidad humana el centro de su predicación, en especial la de los más pobres, sin excepciones y sin calificaciones sociológicas. Más aún, invita a descubrir en los más pobres la imagen de Cristo que nos llama y nos enseña. Para él los pobres son los no-nacidos, los jóvenes y ancianos, a quienes ve como víctimas de una “cultura del descarte” (Francisco, 2013: nos. 186-216). También lo son los pobres materiales y espirituales, todos aquellos que están en las “periferias de la existencia”. Esta dignidad tiene una raíz claramente religiosa: es el reconocimiento que se desprende del hecho de que Jesucristo se ha hecho hombre, ama a todos y ha elevado al ser humano a una dignidad y vocación altísimas (Francisco, 2013: nos. 177-185).
En consecuencia, la defensa de la vida y la familia, por un lado, y la promoción de la justicia social y el cuidado del medio ambiente, por el otro, no son sino caras de la misma moneda. Esta mirada puede ayudar a superar la dicotomía conservador/progresista con la que se suele interpretar (desde fuera e incluso desde dentro) a la Iglesia en los Estados Unidos. Puede permitir avanzar hacia una auto-comprensión que algunos han llamado “radical”, “profunda” o “evangélica” (Weigel, 2013).
De otra parte, la presencia del Papa Francisco representará, como lo ha sido por ejemplo en su reciente visita a Ecuador, Bolivia y Paraguay, un impulso a la familia como la entiende la tradición católica (Francisco, 2015c). Esto, en embargo, no supondrá sino una actitud de diálogo y apertura hacia quienes no concuerdan con esta visión de la persona humana, la sexualidad y el matrimonio. La esperanza del Pontífice estará en que los activistas LGTBQ puedan comprender que en la posición católica sobre estos temas lo que hay, ante todo, es la manifestación respetuosa de una convicción de conciencia, y no un ataque a la dignidad de las personas LGTBQ. Se trata en el fondo de llamar la atención sobre la discutida distinción entre sexo, atracción sexual e identidad sexual tal como la concibe la “perspectiva de género” por las consecuencias que tiene para el matrimonio, la familia y la sociedad; un perspectiva que se quiere imponer como “colonización ideológica” (Francisco, 2015a).
Finalmente, el testimonio y las palabras del Papa Francisco podrán servir para alentar particularmente a los católicos de ascendencia latina, quienes sufren la dura experiencia del inmigrante en todo tipo de marginaciones, desarraigo y condiciones de vida muy duras. Esto se ve acrecentado por la creciente secularización de la cultura de los Estados Unidos. Las cifras disponibles indican que, al presente el  33% de los Católicos en el país son latinos o descendientes de latinos, y que en un futuro no lejano constituirán la mayoría (Pew Research Center, 2014).
Sin embargo, otros estudios indican que entre 1990 y 2008, aquellos no  afiliados a una institución religiosa pasaron del 6 al 12% de la comunidad latina (Jones, Cox y Navarro-Rivera, 2013), incluso llegando a 18% en 2013 (Pew Research Center, 2014). Además, en ese año un 22% de latinos en los Estados Unidos era Protestante (Pew Research Center, 2014). La tendencia convertirse en “no afiliado” se acentúa entre latinos de segunda y tercera generación, que, en su gran mayoría tienden a asumir las ideas y valores del “mainstream” cultural en los Estados Unidos (Jones, Cox y Navarro-Rivera, 2013). Ello quiere decir que muchas personas que fueron iniciadas en la vida de fe se distancian de la Iglesia al poco tiempo. Y también quiere decir que, de no hacerse algo, el número de católicos, que hasta hoy se ha mantenido relativamente estable gracias a la inmigración desde América Latina, empezará a decrecer considerablemente en un futuro no muy lejano.
Lamentablemente, la gran mayoría de la teología latina en los Estados Unidos, a pesar de las buenas intenciones de sus autores y de lo interesante de sus aportes, ha estado inspirada por la teología de la liberación, teologías contextuales y posmodernas (Bañuelas, 1995; Aquino, Machado y Rodríguez, 2002), lo que al fin de cuentas las convierte en doctrinas de justicia social donde lo propiamente religioso, más allá de las declaraciones, pasa un segundo lugar. Aunque no es posible acá entrar en detalles, lo que por lo menos se puede decir que estas visiones no han tenido  una utilidad pastoral significativa para evitar la secularización de los católicos latinos en los Estados Unidos.
En el fondo, se han constituido en furgones de cola de visiones seculares neo-marxistas o posmodernas (bajo fuerte influencia del pensamiento de Michel Foucault). Como consecuencia, la capacidad profética que la comunidad latina en los Estados Unidos puede tener como crítica al “establishment” eclesial y a la cultura secular en el país se ha visto recortada. Viene aquí a la mente la insistencia del Papa Francisco en no convertir a la Iglesia que él sueña, una Iglesia pobre y para los pobres, en una ONG (Francisco, 2015b). Él, con su particular “teología del pueblo”, puede ayudar a una renovación de la teología latina que colabore intensamente en la revitalización de la vida de fe de los católicos latinos, y en que esa experiencia de fe colabore con la renovación de toda la Iglesia en el país. Ojalá así sea.

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