Reflexiones sobre la Iglesia y las nuevas religiones de Estados Unidos

Sistema de Información del Vaticano

Por: Mons. José Gómez, arzobispo de Los Ángeles (California)

Ofrecemos íntegramente la conferencia que Mons. José Gómez, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, y arzobispo de una de las diócesis católicas más importantes del mundo, sea por su población, se por su relevancia en otros sentidos, ofreció el pasado 4 de noviembre en el contexto del Congreso de Católicos y Vida Pública celebrado en Madrid, España.

***

Congreso de Católicos y Vida Pública
Madrid, España
4 de noviembre de 2021

Estimados amigos,

Lamento no poder estar en persona con ustedes. Pero me siento honrado por su invitación para dirigirme a este distinguido Congreso.

Ustedes me han pedido que aborde un tema serio, delicado y complicado: relativo al surgimiento de nuevas ideologías y movimientos seculares que buscan el cambio social en Estados Unidos y las implicaciones que esto tiene para la Iglesia.

Y creo que, por supuesto, todos entendemos que lo que la Iglesia está enfrentando en Estados Unidos está también sucediendo —en diferentes grados y de diferentes maneras— en su país y en los países de toda Europa.

Teniendo en cuenta eso, quiero ofrecerles hoy mis reflexiones, dividiéndolas en tres partes.

En primer lugar, quiero hablar acerca del contexto más amplio del movimiento global de secularización y descristianización y del impacto de la pandemia.

En segundo lugar, quiero ofrecer una “interpretación espiritual” de los nuevos movimientos de justicia social y de identidad política en Estados Unidos.

Y finalmente, quiero sugerir algunas prioridades evangélicas para la Iglesia, para confrontar las realidades del momento presente.

Empecemos, pues.

1. Secularización y descristianización

Creo que todos sabemos que, si bien en Estados Unidos existen condiciones únicas, tanto en España como en otras partes de Europa ya desde hace mucho tiempo se han estado dando patrones similares de secularización agresiva.

En nuestros países han surgido cierto tipo de líderes elitistas que se interesan poco por la religión y no tienen verdaderos vínculos con las naciones en las que ellos viven o con las tradiciones o culturas locales.

Este grupo, que está a cargo de corporaciones, gobiernos, universidades y medios de comunicación, y que se encuentra también en los establecimientos culturales y profesionales, quiere establecer lo que podríamos llamar una civilización global, basada sobre una economía de consumo y regida por la ciencia, la tecnología, los valores humanitarios y las ideas tecnocráticas acerca de la organización de la sociedad.

Dentro de esta cosmovisión elitista, no hay necesidad de sistemas de creencias y religiones anticuados. De hecho, desde el punto de vista de ellos, la religión, y especialmente el cristianismo, es algo que sólo es un estorbo para el tipo de sociedad que ellos esperan construir.

Y, pienso que es importante tenerlo presente.

Como lo han señalado los Santos Padres, en la práctica, la secularización significa una “descristianización”. Durante varios años en Europa y Estados Unidos se ha hecho un esfuerzo deliberado por borrar las raíces cristianas de la sociedad y por suprimir cualquier influencia cristiana que aún siga vigente.

En el programa que establecieron para este Congreso, ustedes hacen alusión a la “cultura de cancelación” y al ser “políticamente correctos”. Y nos damos cuenta de que a menudo lo que se cancela y corrige son las perspectivas que están arraigadas en las creencias cristianas sobre la vida y la persona humanas, sobre el matrimonio, la familia y mucho más.

En la sociedad de ustedes y en la mía, el “espacio” que la Iglesia y los cristianos creyentes pueden ocupar se está reduciendo. Las instituciones eclesiásticas y las empresas cuyos propietarios son cristianos, son cada vez más desafiadas y hostigadas.

Lo mismo sucede con los cristianos que trabajan en la educación, la atención médica, el gobierno y otros sectores. Se dice que tener ciertas creencias cristianas es una amenaza para las libertades y hasta para la seguridad de otros grupos de nuestras sociedades.

Un hecho adicional, para completar el contexto.

Todos notamos los dramáticos cambios sociales que ocurrieron en nuestras sociedades con la llegada del coronavirus y la manera en la que las autoridades gubernamentales respondieron a la pandemia.
Creo que la historia mirará hacia atrás y verá que esta pandemia no cambió tanto nuestras sociedades como aceleró las tendencias y lineamientos que ya se estaban poniendo en práctica.

Los cambios sociales que podrían haber tardado décadas en desarrollarse, se están ahora acelerando a raíz de esta enfermedad y de la respuesta de nuestras sociedades.

Eso es, ciertamente, el caso de los Estados Unidos.

Los nuevos movimientos e ideologías sociales de los que hoy hablamos fueron sembrados y preparados durante muchos años en nuestras universidades e instituciones culturales.

Pero con la tensión y el miedo causados por la pandemia y a raíz del aislamiento social, y debido, también, al asesinato de un hombre afroamericano, que estaba desarmado, por un policía anglosajón junto con las protestas que vinieron a continuación en nuestras ciudades, estos movimientos se desataron por completo en nuestra sociedad.

Este contexto es importante para comprender la situación que vivimos en Estados Unidos.

El nombre de George Floyd se conoce ahora en todo el mundo. Pero eso se debe a que, para muchas personas de mi país e inclusive para mí mismo, su tragedia se convirtió en un claro recordatorio de que la desigualdad racial y económica está todavía profundamente arraigada dentro de nuestra sociedad.

Y pienso que debemos tener presente esta realidad de la existencia de esta desigualdad. Porque estos nuevos movimientos son parte de un discurso más amplio, de un debate que es absolutamente esencial sobre la manera de edificar una sociedad estadounidense que amplíe las oportunidades para todos, sin importar el color de su piel ni su procedencia o situación económica.

Teniendo eso en cuenta, pasemos al siguiente punto.

2. Las nuevas religiones políticas de Estados Unidos

Mi argumento es éste. Creo que la mejor manera de que la Iglesia entienda lo que son los nuevos movimientos de justicia social es considerarlos como pseudo religiones, e incluso como reemplazos y rivales de las creencias cristianas tradicionales.

Con el colapso de la cosmovisión judeocristiana y el surgimiento del secularismo, los sistemas de creencias políticas basados en la justicia social y en la identidad personal han llegado a llenar el espacio que alguna vez ocuparon las creencias y prácticas cristianas.

Como sea que llamemos a estos movimientos —“justicia social”, “cultura woke”, “política identitaria”, “interseccionalidad”, “ideología sucesora”— éstos afirman ofrecer lo que la religión proporciona.

Le dan a la gente una explicación de los acontecimientos y de las condiciones del mundo. Le ofrecen un sentido de significado, un propósito de vida y la sensación de pertenencia a una comunidad.

Además, al igual que el cristianismo, estos nuevos movimientos cuentan su propia “historia de salvación”.

Para explicarles lo que quiero decir, permítanme tratar de comparar brevemente la historia cristiana con lo que podríamos llamar la historia del movimiento “woke” o la historia de la “justicia social”.

La historia cristiana, en su forma más simple, puede describirse más o menos así: Fuimos creados a imagen de Dios y llamados a vivir una vida de bendición, en unión con él y con nuestro prójimo.

La vida humana tiene un “telos” dado por Dios, es decir, una intención y una dirección. Debido a nuestro pecado, nosotros estamos alejados de Dios y unos de otros, y vivimos a la sombra de nuestra muerte.

Por la misericordia de Dios y por su amor hacia cada uno de nosotros, fuimos salvados por medio de la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Jesús nos reconcilia con Dios y con nuestro prójimo; él nos da la gracia de ser transformados a su imagen y nos llama a seguirlo en la fe, amando a Dios y a nuestro prójimo y trabajando para construir su Reino en la tierra.

Todo esto, con la confiada esperanza de que obtendremos la vida eterna con El, en el mundo venidero.

Ésa es la historia cristiana. Y ahora más que nunca, la Iglesia y todo católico necesita conocer esta historia y proclamarla en toda su belleza y en toda su verdad.

Es necesario que lo hagamos, porque actualmente, hay otra historia rondando por ahí. Una narrativa antagonista de “salvación” que escuchamos en los medios de comunicación y en nuestras instituciones, proveniente de los nuevos movimientos de justicia social.

Lo que podríamos llamar la historia del movimiento “woke” que dice algo como: No podemos saber de dónde venimos, pero somos conscientes de que tenemos intereses comunes con quienes comparten nuestro color de piel o nuestra posición en la sociedad.

Y también, somos conscientes, con mucho dolor, de que nuestro grupo está sufriendo y está siendo alienado, y esto pasa, sin culpa nuestra. La causa de nuestra infelicidad es que somos víctimas de la opresión de otros grupos de la sociedad.

Y conseguimos la liberación y la redención a través de nuestra lucha constante contra nuestros opresores, librando una batalla por el poder político y cultural, en nombre de la creación de una sociedad equitativa.

Éste es, ciertamente, un discurso poderoso y atractivo para millones de personas, tanto en la sociedad estadounidense, como en las sociedades de todo Occidente.

De hecho, muchas de las principales organizaciones, universidades e incluso escuelas públicas de Estados Unidos están promoviendo y enseñando activamente esta perspectiva.

Esta historia obtiene su fuerza debido a la sencillez de sus explicaciones: el mundo está dividido en inocentes y víctimas, aliados y enemigos.

Pero esta narrativa es también atractiva porque, como dije antes, responde a necesidades y sufrimientos humanos reales. La gente está sufriendo, se siente discriminada y excluida de las oportunidades que hay en la sociedad.

No debemos olvidar nunca esta realidad. Muchos de los que se adhieren a estos nuevos movimientos y sistemas de creencias están motivados por intenciones nobles.

Quieren cambiar las condiciones de la sociedad que niegan a los hombres y mujeres de los derechos y oportunidades para tener una vida digna.

Por supuesto que todos queremos fomentar una sociedad en la que haya igualdad, libertad y dignidad para todas las personas. Pero sólo podemos edificar una sociedad justa sobre la base de la verdad sobre Dios y sobre la naturaleza humana.

Esta ha sido la enseñanza constante de nuestra Iglesia y de los Santos Padres durante casi dos siglos, y hasta la fecha.

El Papa emérito Benedicto XVI, nos advirtió que el eclipse de Dios lleva al eclipse de la persona humana. Una y otra vez nos recordó: cuando nos olvidamos de Dios, ya no vemos la imagen de Dios en nuestro prójimo.

El Papa Francisco destaca con fuerza la misma verdad en Fratelli Tutti: a menos que creamos que Dios es nuestro Padre, no encontraremos motivo para tratar a los demás como nuestros hermanos y hermanas.

Ése es precisamente el problema que tenemos.

Las teorías e ideologías críticas de hoy son profundamente ateas. Niegan el alma, así como también la dimensión espiritual y trascendente de la naturaleza humana; o piensan que eso es irrelevante para la felicidad humana.

Reducen lo que significa ser humano a cualidades esencialmente físicas como el color de nuestra piel, nuestro sexo, nuestras nociones de género, origen étnico y posición en la sociedad.

Sin duda, podemos ver que se trata de algunos elementos de la teología de la liberación, arraigada en una visión cultural marxista. Se parecen mucho también a varias herejías y evangelios falsos que encontramos a lo largo de la historia de la Iglesia.

Como los maniqueos, estos movimientos ven el mundo como una lucha entre el bien y el mal, lo justo contra lo injusto.

Y como los gnósticos, rechazan la creación y el cuerpo, creyendo que los seres humanos pueden llegar a hacer de sí mismos lo que ellos quieran.

Estos movimientos son también pelagianos, pues creen que la redención puede lograrse a través de nuestros propios esfuerzos humanos, sin tener en cuenta a Dios.

Finalmente, estos movimientos son utópicos, porque parece que creen que podemos crear una especie de ‘cielo en la tierra’, una sociedad perfecta, a través del poder político.

Nuevamente, estimados amigos, el punto que quiero destacar es éste: yo creo que es importante que la Iglesia comprenda y enfoque estos nuevos movimientos, no en términos sociales o políticos, sino como peligrosos sustitutos de la verdadera religión.

Al negar a Dios, estos nuevos movimientos han perdido la verdad sobre la persona humana. Esto explica su extremismo y su duro, intransigente e implacable enfoque de la política.

Y desde el punto de vista del Evangelio, como estos movimientos niegan a la persona humana, por muy bien intencionados que sean, no pueden promover el auténtico florecimiento humano.

De hecho, como lo estamos presenciando en mi país, estos movimientos, estrictamente seculares, están provocando nuevas formas de división social, de discriminación, de intolerancia y de injusticia.

3.Qué debe hacerse

Eso me lleva a mi último grupo de reflexiones. La pregunta es: ¿Qué se debe hacer? ¿Cómo debería responder la Iglesia a estos nuevos movimientos seculares que buscan el cambio social?

Mi respuesta es sencilla. Necesitamos proclamar a Jesucristo. Proclamarlo audazmente, con creatividad. Necesitamos narrar nuestra historia de salvación de una manera nueva. Con caridad y confianza, sin miedo. Ésta es la misión de la Iglesia para todas las épocas y para todos los momentos culturales.

No deberíamos dejarnos intimidar por estas nuevas religiones de justicia social y de identidad política. El Evangelio sigue siendo la fuerza más poderosa de cambio social que jamás haya existido en el mundo. Y la Iglesia ha sido “antirracista” desde el principio. Todos están incluidos dentro de su mensaje de salvación.

Jesucristo vino a anunciar la nueva creación, vino a anunciar al hombre nuevo y a la mujer nueva, dotados de la capacidad de llegar a ser hijos de Dios, de ser renovados a imagen de su Creador.

Jesús nos enseñó a conocer y a amar a Dios como nuestro Padre llamó a su Iglesia a llevar esa buena nueva hasta los confines de la tierra, a reunir a la única familia de Dios que abarca a toda la gente del mundo, de todas las razas, de todas las tribus y de todos los pueblos.

Ese fue el significado de Pentecostés, cuando hombres y mujeres de todas las naciones de la tierra escucharon el Evangelio en su propia lengua materna. Eso es lo que quiso decir San Pablo cuando dijo que en Cristo no hay judío ni griego, hombre o mujer, esclavo o libre.

Por supuesto que en la Iglesia no siempre hemos estado a la altura de esos hermosos principios, ni hemos cumplido plenamente la misión que nos fue confiada por Cristo.

Pero el mundo no necesita una nueva religión secular para reemplazar al cristianismo. Más bien, necesita que ustedes y yo seamos mejores testigos, mejores cristianos. Empecemos por perdonar, por amar, por sacrificarnos por los demás, desechando los venenos espirituales como son el resentimiento y la envidia.

En lo personal, yo encuentro inspiración en los santos y en los personajes que vivieron una vida de santidad en la historia de mi país.

Pienso especialmente en la Sierva de Dios, Dorothy Day. Para mí, ella ofrece un testimonio importante de la manera en que los católicos pueden trabajar para cambiar el orden social a través del desprendimiento radical y del amor a los pobres basado en las Bienaventuranzas, en el Sermón de la Montaña y en las obras de misericordia.

Ella también tuvo una profunda convicción de que antes de que podamos cambiar el corazón de los demás, tenemos que cambiarnos a nosotros mismos.

Ella dijo en una ocasión: “Veo con demasiada claridad lo mala que es la gente. Ojalá no lo viera así. Son mis propios pecados los que me dan esa claridad.

Pero no puedo preocuparme mucho acerca de tus pecados y miserias cuando tengo tantos en mí misma. … La oración que le dirijo a Dios todos los días es la de que agrande mi corazón de tal manera que los vea a todos ustedes y viva con todos ustedes, dentro del amor de él”.

Esta es la actitud que necesitamos en estos momentos en los que nuestra sociedad está tan polarizada y dividida.

También me inspira el testimonio del Venerable Padre Augustus Tolton. La suya es una historia impresionante y verdaderamente estadounidense. Él nació en la esclavitud, escapó para conseguir la libertad con su madre y se convirtió en el primer afroamericano ordenado sacerdote en mi país.

El Padre Tolton dijo una vez: “La Iglesia Católica deplora una doble esclavitud: la de la mente y la del cuerpo. Ella se esfuerza por liberarnos de ambas”.

Actualmente, necesitamos ese tipo de confianza en el poder del Evangelio.

En estos tiempos corremos el riesgo de deslizarnos hacia un nuevo “tribalismo”, hacia una idea precristiana de la humanidad, que la ve dividida en grupos y facciones, en competencia unos con otros.

Tenemos que vivir y proclamar el Evangelio como el verdadero camino hacia la liberación de toda esclavitud e injusticia, espiritual y material.

En nuestra predicación, en la vida práctica, y especialmente en nuestro amor hacia nuestro prójimo, hemos de dar testimonio del hermoso proyecto de Dios para nuestra humanidad común, es decir, el origen y destino común que tenemos en Dios.

Finalmente, creo que en este tiempo la Iglesia debe ser una voz para la conciencia individual y la tolerancia.

Necesitamos promover una mayor humildad y realismo sobre la condición humana, dándonos cuenta de que nuestra humanidad común implica reconocer nuestra común fragilidad.

La verdad es que todos somos pecadores, todos somos gente que quiere hacer lo correcto, pero que con frecuencia no lo hace.

Eso no significa que haya que permanecer pasivos ante la injusticia social. ¡Eso nunca! Pero tenemos que insistir en que la fraternidad no puede construirse a través de la animosidad o de la división.

La verdadera religión no busca dañar o humillar, ni arruinar los medios de subsistencia o la fama de las personas. La verdadera religión ofrece un camino para que incluso los peores pecadores encuentren la redención.

Una última reflexión, queridos amigos. La realidad de la providencia divina. Necesitamos aferrarnos a esta verdad sobrenatural porque es verdad: La mano amorosa de Dios sigue guiando nuestras vidas y el destino de las naciones.

En los Estados Unidos, como en México, la Iglesia se está preparando pare celebrar el 490 aniversario de la aparición de
Na. Sa. de Guadalupe, que conmemora la verdadera fundación espiritual del continente americano.

Y ya estamos viendo señales de un despertar religioso en nuestro país, por debajo de las controversias políticas, de las nubes de la pandemia y la incertidumbre del futuro.

Tengo la convicción de que en la próxima década veremos un despertar espiritual y un crecimiento en la fe, al prepararnos para el 500 aniversario de la aparición.

Y las palabras de Maria de Guadalupe en el Tepeyac me llenan de inspiración y de fortaleza: “No estoy yo aquí, que soy tu madre. ¿No estas bajo mi sombra, y resguardo?”

Muchas gracias por la invitación y por haberme escuchado.

¡Que Dios los bendiga a todos y Maria Santísima de Guadalupe interceda por todos nosotros!  

***

Este discurso puede verse también en video en este enlace (minuto 15,11 en adelante):https://youtu.be/yp2TRhHCSkI

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