4 realistas reflexiones sobre el perdón del Papa a monjas (que aplica a todo consagrado y bautizado)

Sistema de Información del Vaticano

(ZENIT Noticias / Roma, 17.11.2021).- El amplio discurso, sin papeles, que el Santo Padre ofreció a las monjas clarisas de la ciudad de Asís tuvo dos partes. Uno que trataba acerca de cómo mirar con serenidad la vida y una segunda acerca del perdón. Ofrecemos a continuación en cuatro apartados esas palabras del Papa que se convierten en maravillosas reflexiones que alimentan la vida interior. Hemos realizado una traducción al castellano de esas palabras del Papa.

1º El equilibrio de los consagrados y el pecado de la corrupción

Y así, yo diría que existe el equilibrio del hombre consagrado, de la mujer consagrada, de las hermanas. Es un equilibrio apasionado, no es un equilibrio frío: está lleno de amor y pasión. Y es fácil darse cuenta cuando el Señor pasa, y no dejarlo pasar sin escuchar lo que quiere decir. Este es tu trabajo. Lleváis sobre vuestros hombros los problemas de la Iglesia, los dolores de la Iglesia y también -me atrevería a decir- los pecados de la Iglesia, nuestros pecados, los pecados de los obispos, somos obispos pecadores, todos nosotros; los pecados de los sacerdotes; los pecados de las almas consagradas… Y los lleváis ante el Señor: ‘Son pecadores, pero déjalo, perdónalos’, siempre con la intercesión por la Iglesia.

El peligro no está en ser pecadores. Si ahora preguntara: «¿Quién de vosotros no es pecador?», nadie hablaría. Lo decimos: todos somos pecadores. El peligro es que el pecado se vuelva habitual, como una actitud normal; porque cuando el pecado, una actitud pecaminosa se vuelve así, ya no es pecado, se convierte en corrupción. Y el corrupto es incapaz de pedir perdón, incapaz de darse cuenta de que ha hecho mal. El camino de la corrupción sólo tiene un billete de ida, apenas de vuelta. En cambio, la vida de los pecadores siente la necesidad de pedir perdón. Nunca pierdas ese sentimiento de necesidad de pedir perdón, siempre.

¿Qué significa esto? Que somos pecadores, que no somos corruptos. Si en un momento dado alguien dice: «No, no siento que tenga que pedir perdón», cuidado: estás entrando en el camino de la corrupción. Pedir que la Iglesia no se corrompa, ¡porque la corrupción de la Iglesia es fea! Es de «alta calidad»: ¡los sacerdotes, obispos y monjas corruptos son de la más alta calidad! Piensa en esas monjas jansenistas, por ejemplo, en Port Royal: eran tan puras como los ángeles, pero decían que eran tan soberbias como los demonios. Esto es corrupción de la más alta calidad, la corrupción de la gente buena. Hay un dicho que dice: «Corruptio optimi pessima», es decir, la corrupción de lo mejor es lo peor. Siempre con la humildad de sentirse pecador, porque el Señor siempre perdona, mira para otro lado. Lo perdona todo.

2º No perder el hábito de pedir perdón

Un confesor que estaba en Buenos Aires, de 92 años – todavía confiesa, con 94 años, siempre tiene cola en el confesionario, es capuchino, tiene cola de gente, cola de hombres, mujeres, niños, jóvenes, trabajadores, sacerdotes, obispos, monjas, todo, todo el rebaño del pueblo de Dios va a confesarse con él porque es un buen confesor…- Un día vino al palacio episcopal, todavía no era tan viejo, debía tener 84 años, se acercó y me dijo: «Sabes -me llamó por mi nombre de pila, llama a todos por su nombre de pila- sabes, hay un problema…» – «Dime, dime» – «Es que a veces me siento mal porque perdono demasiado… Y siento algo por dentro…». Era un hombre de alta oración, de alta contemplación. «Y dime, ¿qué haces, Luigi, cuando te sientes así?» – «Eh, voy a la capilla y rezo, y digo: ‘Señor, perdóname, porque he perdonado demasiado'» – «¿Pero eres un hombre de mente amplia?» – «No, no, yo digo las cosas serias, pero perdono porque me nace perdonar». Una vez le dije, no en ese momento, sino antes: «¿Pero a veces te acuerdas de no haber perdonado?». – «No, no me acuerdo». Es un buen confesor, ¿no? «¿Y qué haces tú?» – «Entro en la capilla, miro el tabernáculo: ‘Señor, perdóname, he perdonado demasiado’. Pero en un momento dado le digo: ‘Pero ten cuidado: ¡porque fuiste tú quien me dio el mal ejemplo!». Dios lo perdona todo. Sólo pide nuestra humildad para pedir perdón. Por eso es importante no perder esta costumbre de pedir perdón, que es una virtud. En cambio, los corruptos la pierden. ¡Pecadores sí, corruptos no!

3º Perdonar: condición para ser perdonados. Y sonreír

Recuerdo, volviendo al perdón -me gusta hablar del perdón, porque es algo positivo: más que el pecado, el perdón-, cuando Pedro le preguntó al Señor: «¿Pero cuántas veces tengo que perdonar? ¿Está bien siete veces?» – «Setenta veces siete», es decir, siempre. De hecho, cuando el Padre Nuestro nos enseña, perdonar a los demás es una condición para ser perdonado. Tú, en capítulo, por ejemplo -pasará, no creo que aquí, pero pensemos en otro convento-, una de vosotras está enfadada, tiene un poco de cara de vinagre, digamos, «porque me enfadé con aquella otra, pero que me pida perdón porque fue ella…». Todos conocemos las pequeñas cosas de la comunidad, yo también he estado en la comunidad y sé cómo es la comunidad. Incluso en la Curia pasan estas cosas… ¡Pero da el primer paso! Sonríe, sólo sonríe Es un hermoso día…

4º Perdón y belleza de la caridad fraterna

No sé si mencioné la otra vez a Teresina. Cuando tuvo que salir del coro, antes de la cena, diez minutos antes, para llevar a la madre San Pietro al refectorio porque la pobre cojeaba de todo; era un poco impaciente, y si Teresina la tocaba le decía: «¡No me toques! Si me tocas es un pecado». A veces esta amargura ocurría. ¿Y qué hizo Teresina? Una sonrisa siempre. La hizo pasar, la sentó, le cortó el pan, todo, para que cuando llegaran las otras hermanas estuviera todo listo para empezar a cenar. Y una vez eran tan insistente la queja de la Madre San Pietro que Teresina escuchó la música de un baile [en la casa contigua al monasterio] y dijo: ‘Hay gente bailando, gente feliz, gente disfrutando… Pero yo no cambio esto por aquello, para mí esto es más bonito’. La belleza de la caridad fraterna.

Traducción del original realizada por el P. Jorge Enrique Mújica, LC

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