Misioneros libres y gozosos del Evangelio: amar a Jesús, separándose de sí mismos, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Cristo.
(RV).- En la soleada mañana del domingo 2 de julio el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus, como es habitual, asomado a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano. La oración del Ángelus dominical junto a los fieles en la Plaza de san Pedro es la única cita pública que mantendrá el Obispo de Roma durante el mes de julio, período de verano en Europa.
Reflexionando sobre la liturgia del día, que presenta el discurso misionero de Jesús del Evangelio de Mateo, el Papa ilustró el pedido que Jesús hace a sus discípulos, es decir, aquel de tener una relación prioritaria con él mismo. Esto – explicó el Papa – porque es necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es verdaderamente "el Señor", el centro y el todo de la vida, y para ello es importante que el discípulo, aun con sus límitaciones y errores, sea honesto consigo mismo y con los demás. "La doblez no es cristiana, añadió improvisando, por eso Jesús reza al Padre para que los discípulos no caigan en el espíritu del mundo. O estás con Jesús, con el espíritu de Jesús, o estás con el espíritu del mundo".
Francisco se centró en dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo, y el segundo, que el misionero no lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre Celestial.
Dirigiéndose luego directamente a los sacerdotes, tras poner ante todo su propia experiencia de sacerdote y en lo que fue un aliento para ellos, aludió a la reciprocidad de la misión: “si tú dejas todo por Jesús, – les dijo – la gente reconoce en ti al Señor; y al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte, purificarte de los compromisos, y a superar las tentaciones”. “La acogida del santo pueblo fiel de Dios, – afirmó el pontífice- , es aquel vaso de agua fresca, que te ayuda a ser un buen sacerdote”.
A continuación las palabras del Papa Francisco antes de la oración del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia del día nos presenta las últimas líneas del discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo (cf. 10,37 a 42), con el que Jesús instruye a los doce apóstoles, en el momento en que por primera vez los envía en misión a los pueblos de Galilea y Judea. En esta parte final, Jesús subraya dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el segundo, que el misionero no lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre Celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque cuanto más Jesús está en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más este discípulo es "transparente" a su presencia. Van juntos, ambos.
«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…» (v. 37). El afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y privados de reconocimiento, al contrario, sino porque la condición del discípulo exige una relación prioritaria con el Maestro. Cualquier discípulo, sea un laico, una laica, un sacerdote, un obispo: la relación prioritaria. Tal vez la primera pregunta que debemos hacer a un cristiano es: ¿Tú te encuentras con Jesús? ¿Le rezas a Jesús? La relación. Casi se podría parafrasear el libro del Génesis: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a Jesucristo, y serán una sola carne. (cf. Gn 2,24).
Quien se deja atraer a este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se convierte en un representante suyo, un "embajador", sobre todo con la forma de ser, de vivir. Hasta el punto que Jesús mismo, enviando a los discípulos en misión, les dice: "El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió." (Mt 10,40). Es necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es verdaderamente "el Señor", es verdaderamente el centro de su vida, el todo de la vida. No importa si después, como toda persona humana, tiene sus limitaciones e incluso sus errores – siempre que tenga la humildad de reconocerlos -; lo importante es que no tenga el corazón doble: esto es peligroso. "Yo soy cristiano, soy discípulo de Jesús, soy sacerdote, soy obispo, pero tengo el corazón doble". No, esto no va. No tiene que tener corazón doble, sino el corazón simple, unido; que no tenga el pie en dos zapatos, sino que sea honesto consigo mismo y con los demás. La doblez no es cristiana, por eso Jesús le reza al Padre para que los discípulos no caigan en el espíritu del mundo. O estás con Jesús, con el Espíritu de Jesús, o estás con el espíritu del mundo.
Y aquí nuestra experiencia de sacerdotes nos enseña una cosa muy bella, una cosa muy importante: es precisamente esta acogida del santo pueblo fiel de Dios, es precisamente aquel "vaso de agua fresca" (v 42), del cual habla el Señor en el Evangelio de hoy, dado con fe afectuosa, que te ayuda a ser un buen sacerdote. Hay una reciprocidad también en la misión: si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor; pero al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte de los compromisos, y a superar las tentaciones. Cuanto más un sacerdote sea cercano al pueblo de Dios, más se sentirá cercano a Jesús, y cuanto más esté cercano a Jesús, tanto más se sentirá cercano al pueblo de Dios.
La Virgen María ha experimentado en primera persona lo que significa amar a Jesús separándose de sí misma, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Él. Con su materna intercesión, nos ayude a ser misioneros libres y gozosos del Evangelio.
(Griselda Mutual – Radio Vaticano)
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