+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas
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Estamos reunidos en asamblea diocesana casi 300 personas, sacerdotes, religiosas y la mayoría laicas y laicos de las 57 parroquias de nuestra diócesis, con el objetivo de profundizar la situación, identidad y misión de la mujer en la sociedad y en la Iglesia hoy, iluminados por las Sagradas Escrituras y el Magisterio eclesial, para que vivamos la dignidad de hijas e hijos de Dios, con la que Él nos soñó al crearnos a su imagen y semejanza.
Se escogió este tema con ocasión de los 25 años del área diocesana de mujeres, que ha promovido el lugar que Dios quiere para ellas, leyendo la vida y la Biblia con ojos, mente y corazón de mujer. Su aportación ha sido muy valiosa. Se nota en la vida familiar, social y eclesial, pues ya hay muchas mujeres que hablan, defienden sus derechos y son promotoras de cambios y desarrollo social.
Como siempre, partimos de un análisis de la realidad. Para ello, hicimos una consulta previa a las sietes regiones pastorales de la diócesis y escuchamos el aporte de un equipo diocesano que hace un análisis permanente de la realidad. Pero, sobre todo, escuchamos testimonios directos de una mujer indígena, una joven, una mujer que ha sufrido violencia, una mujer migrante, una mujer catequista, una mujer indígena universitaria, una madre soltera, una mujer anciana. Escuchar las experiencias de estas mujeres nos ayuda mucho a conocer mejor la real situación que viven.
Desde luego, constatamos una vez más que persisten el machismo, la marginación, el menosprecio, y no faltan casos de prostitución familiar, trata, cierta esclavitud y feminicidios. Sin embargo, cada día las mujeres defienden y adquieren su lugar y sus derechos en todos los ámbitos. Hay muchas mujeres indígenas universitarias y profesionistas. Ya no las casan sus padres con quienes éstos deciden, sino que ellas asumen su dignidad. Pero falta mucho por avanzar.
Como iluminación doctrinal, escuchamos exposiciones sobre la mujer en la Sagrada Escritura, en el magisterio pontificio, en el magisterio latinoamericano, en nuestro Sínodo y Plan Diocesano y en la reflexión teológica actual. Al final, proponemos acuerdos a nivel personal, parroquial, equipo pastoral regional y diócesis.
PENSAR
El Papa Francisco, en su Exhortación Evangelii gaudium, dice: “La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular, aunque no exclusivo, en la maternidad. Reconozco con gusto cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Porque el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello, se ha de garantizar la presencia de las mujeres también en el ámbito laboral y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales” (103).
“Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad, plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros. De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos. Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia” (104).
ACTUAR
Debemos convertirnos, cambiar nuestras actitudes, para dar a la mujer el lugar que Dios quiere para ella tanto en la familia y en la comunidad, como en la estructura y vida de la Iglesia.
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