P. Jaime Zavala, msp.
Joaquín, gerente de cierta empresa, en una ocasión reprendió fuertemente a una de las empleadas con todo despectivo, le dijo: <<Eres una ignorante, como te puedes equivocar así. No mereces estar aquí>>. La muchacha, en voz baja le responde: <<Discúlpeme, cometí el error, no soy perfecta, tengo límites, mejor ayúdeme>>. El la ignoro por completo y, finalmente, la empleada tuvo que abandonar el trabajo ante el disgusto de todo el personal.
Encontramos este tipo de mentalidades, personas muy exigentes con los demás que al parecer nunca han conocido nunca la misericordia. Sin embargo, el mismo Jesús no titubeó en reconciliar al pecador. Es necesario tener entrañas de bondad para aceptar los límites del otro. De lo contrario, vemos a los demás como inferiores o incluso, sin valor alguno. Por eso es necesario revisar cual es nuestra conducta en el trato con los demás.
Apática: en una persona que demuestra el desinterés o una actitud negativa así el otro. Si observa un error en terceras personas, no tienen piedad, si no que se irrita frente a él odiándolo por completo.
Indiferente: en este tipo de conducta, el individuo ni siquiera se atreve hacer una reflexión sobre cierto caso, juzga indirectamente. Por lo general no lo comprende o, simplemente, no le importa. Piensa que él es quien tiene toda la razón.
Superficial o laxa: es una actitud de un comportamiento relajado, vago e indisciplinado; se da cuenta de cómo debe de actuar ante los demás, pero concluye que el otro debe ser condenado por ser el culpable. En estas personas no existe un mínimo grado de compasión, parecen que no tener corazón, como normal mente se suele decir, frente a su propio hermano, lo ve como un objeto.
Desde esa óptica, cuando no se tiene un corazón abierto, es imposible entender y perdonar. En la parte humana, una persona que no vislumbra al otro, refleja una rotunda inmadurez. Se siente autosuficiente, cree ser dueño de todo y el único que tiene la respuesta a cualquier interrogante. Es un complejo de superioridad, un desequilibro por el que siempre se buscara llamar la atención o sobre salir.
Desde la parte espiritual, el que no sabe perdonar, toma un papel más alto que el mismo Dios, pues el siempre perdona. Cree ser el justo juez, pero cuando le toca ser reprendido no reconoce su error. Es un problema de conversión no ha conocido a Dios, porque si lo tuviera en su vida sería compasivo. Por tanto, cuando veamos a una persona que se ha e equivocado, acordémonos de que el único impecable es Dios, porque lo seres humano somos muy limitados. Es necesario, pues, purificar la conciencia, los pensamientos, el corazón, los sentimientos. Esto no indica aprobar los errores de los demás, sino más bien el buscar cómo ayudar a mejorar la conducta. Recordemos que siempre nuestro perdón debe ser como el de Jesucristo, incondicional y lleno de misericordia.
De: Inquietud Nueva enero_febrero 2014 N°175
Capturado por: Hermano Sergio Alberto Santiago Vargas
Grupo: CERS
Parroquia María Auxiliadora Diócesis de Tuxpan, Veracruz
Publicar un comentario