No es fácil ser un profeta, dice el cardenal Alencherry en el Sínodo

Sistema de Información del Vaticano

Ciudad del Vaticano, 6 de octubre 2015 (Vis).- Esta mañana, a las nueve, con el canto de la Hora Tercia, se ha abierto en el Aula del Sínodo en el Vaticano la tercera congregación de la Asamblea General Ordinaria sobre la Familia.

Su Beatitud el cardenal George Alencherry, arzobispo mayor de Ernakulam-Angamaly de los Siro-Malabares (India), Presidente del Sinodo de la Iglesia Siro-Malabar ha pronunciado una homilía subrayando, a la luz de la lecturas bíblicas, la misión profética de la Iglesia en nuestros días.

''La lectura de Jeremías – ha explicado- nos da un mensaje que se puede aplicar al objetivo de nuestras deliberaciones sinodales sobre la familia. El profeta Jeremías pronunció un oráculo sobre la familia real de Judá advirtiendo al rey de la ruina que amenaza al reino si el monarca no aplica la justicia y la rectitud y defiende a los oprimidos de las manos del opresor. En aquella época los reyes de Judá eran Josías y Joaquín. Sabemos que ambos eran débiles y que Nabucodonosor, rey de Babilonia, destruyó el reino de Judá y el templo. A causa de las faltas de los reyes el pueblo fue condenado al exilio y a todos sus sufrimientos.... La justicia significa la aceptación del reino de Dios y la rectitud es la gracia de Dios que resulta de ello. Los reyes de Judá fallaron en su tarea de aplicar la justicia y la rectitud y por ello su pueblo tuvo que sufrir las consecuencias''.

''Las palabras del profeta son aplicables a los gobernantes y líderes de todos los tiempos y también a las gentes que gobiernan. En muchos países del mundo se niega a las personas la justicia y la rectitud y se promueven, en cambio, el individualismo, el hedonismo y la opresión y otros valores seculares. Hay que plantearse la cuestión de si los líderes de la Iglesia se presentan con un papel profético como el de Jeremías apoyando al pueblo con la Palabra de Dios y el testimonio personal''.

''Jeremías -observó el cardenal- tuvo que sufrir a costa de su papel profético. Su vida fue un símbolo del mensaje que dio. Tomó sobre sí el sufrimiento y la ruina. Se le pidió que aceptase tres condiciones en su vida: no casarse, no asistir a los funerales y no asistir a las fiestas.

''No tomes una esposa''. Jeremías no sentirá el profundo amor de una novia, porque la novia, Israel, ha rechazado el amor de Yahvé. Sentirá la soledad, como Jehová la siente. En época cristiana, el celibato se convierte en un signo''

''No entres en una casa donde haya luto''. Jeremías no llorará o mostrará compasión a los muertos, porque Yavé ha perdido cualquier sentimiento por su pueblo. Morirán sin duelo''.

''No entres en una casa donde haya una celebración: Jeremías no participará en celebración alguna, porque no hay nada que celebrar. Jeremías está llamado a llevar una vida terrible; no es extraño que entre en una profunda depresión y se lamente amargamente. No es fácil ser un profeta''.

''Los pastores de la Iglesia en los tiempos actuales están llamados a asumir en sus vidas un papel profético de sufrimiento y kénosis, similar al del profeta Jeremías'' concluyó Su Beatitud, citando al respecto las palabras del Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium:

''Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos,
mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ''¡Dadles vosotros de comer!''


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