(zenit – 6 feb. 2020).- “Debemos escuchar con empatía para poder comunicar el Evangelio de la vida” es una de las premisas que ofreció ayer el cardenal Seán O’Malley en Madrid. Los cristianos “no somos ideólogos”, sino aquellos que “buscan ser Cristo para los demás”, afirmó durante su intervención en las III Jornadas de actualización pastoral para sacerdotes, en la Universidad San Dámaso, dedicadas a la evangelización en la gran ciudad.
El arzobispo de Boston valoró ante el cardenal Carlos Osoro, quien presidió las Jornadas, y los numerosos presbíteros de Madrid presentes en el aula que “el liderazgo del Papa Francisco nos ha abierto muchas puertas para discutir la fe con tantas personas que han estado ignorando nuestro mensaje durante tantos años”, informa la Oficina de Información de la Archidiócesis de Madrid.
El presidente de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores recordó que “queremos ser personas que traigan luz al mundo, no calor en forma de discusiones”.
Desafíos en la gran ciudad
El cardenal O’Malley expuso en su discurso algunos de los grandes desafíos que demanda la evangelización en la gran ciudad, haciendo referencia a la migración, los abusos a menores en el seno de la Iglesia Católica, el aborto y la eutanasia, dando testimonio de su experiencia vivida como pastor de la Iglesia en Estados Unidos.
Después de recordar que los fieles de su diócesis consiguieron que no saliera adelante un referéndum en Massachusetts para “legalizar el suicidio asistido”, ha apostado por comunicar el “Evangelio de la vida” de “manera simple y compasiva”.
“Nunca debemos abandonar nuestro compromiso con el no nacido, un ser humano precioso hecho a imagen y semejanza de Dios, pero debemos aprender a centrarnos más en la mujer en crisis –aseguró–. Solo podemos hablar al bebé salvando primero a la madre. Debemos escuchar con empatía para poder comunicar el Evangelio de la vida”.
Migración, una posibilidad
“La inmigración presenta hoy a cada católico la posibilidad de elegir entre ser el buen samaritano, el vecino compasivo, o dar la espalda a nuestros hermanos y hermanas”, remarcó, rememorando que Estados Unidos se ha construido gracias a la inmigración.
Del mismo modo, empatía “la que hay que tener con los migrantes que arriesgan sus vidas para venir a una tierra extraña”, aseguró, que sufren toda clase de “privaciones” y al final saben que la Iglesia es “uno de los pocos lugares a los que pueden acudir”.
Esta visión se debe, según indicó en su intervención, a su larga experiencia como pastor en “un mundo cada vez más resistente al mensaje del Evangelio, incluso cuando es transmitido con pasión y elocuencia”.
Abusos, “fuerza para la desevangelización”
Tras trabajar 20 años junto a “inmigrantes indocumentados” en Washington, adonde llegó por su conocimiento del español, fue obispo de varias diócesis seriamente afectadas por los abusos a menores. Poco después, en pleno “escándalo” y con toda la “atención mundial” puesta en Boston, fue elegido pastor de la diócesis en 2013. “Mi tarea era reconstruir la Iglesia en Boston”, aseveró.
A pesar de que la mitad de la población se considera católica y de que es una zona joven, que cuenta con 400.000 universitarios y 80 universidades, detectó que los abusos eran una “fuerza para la desevangelización”, con descenso acusado de la práctica religiosa, con muchos fieles que “se avergonzaban de su afiliación” por “el ridículo y la burla” que sufrían, y con una “situación económica de caída libre”.
“La Iglesia defraudó a la gente”
“La gente esperaba que sacerdotes y líderes de la Iglesia hicieran siempre lo correcto, y la Iglesia los defraudó”, reconoció el cardenal estadounidense. Su primer empeño fue reunirse con cientos de sobrevivientes de abusos sexuales y sus familias, señaló, algo que fue “una gracia”, y desde ahí “hemos instituido muchas nuevas políticas y procedimientos para tratar de asegurar que el mal del abuso sexual no vuelva a ocurrir”.
El arzobispo de Boston describió algunas medidas adoptadas: se ha dado un impulso al Seminario y se ha abierto un seminario Redemptoris Mater; se ha replanteado el Consejo Presbiteral, a fin de que sea “una caja de resonancia de todo el presbiterio”; se ha desarrollado un plan de formación para los sacerdotes en los primeros cinco años tras su ordenación, que son “los más difíciles”, y se convocan numerosos encuentros porque “el aislamiento es un veneno para el sacerdote”.
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