Padre Antonio Rivero: “¡Fuera la intolerancia en nuestra vida!”

Sistema de Información del Vaticano

DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO

Ciclo B

Textos: Nm 11, 25-29; St 5, 1-6; Mc 9, 37-42

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logosen México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: Cuidemos en nuestra vida la intolerancia, los celos y la intransigencia, pues no son evangélicos. Nadie tiene el monopolio del Espíritu, pues Él sopla donde quiere y cuando quiere.

Síntesis del mensaje: No es propio del Cristianismo el ser intolerante, tajante y radical. Basta ver a Jesús manso y humilde de corazón que tuvo paciencia con los apóstoles, que predicaba el Reino con respeto, exigía desde los valores de la justicia, verdad y solidaridad, y valoraba las cosas positivas de los maestros de la ley y fariseos.

 Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Moisés no se puso celoso porque Eldad y Medad profetizasen. “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos el espíritu del Señor”. Es un preludio de lo que nos dirá el Espíritu Santo en el concilio Vaticano II: “El Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza…Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los ministerios…sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia”(Lumen Gentium, 12).

En segundo lugar, ahora es el apóstol Juan, quien se definía “el discípulo amado”, el que parece intolerante y prohíbe a uno expulsar demonios en nombre de Jesús. Cree que sólo ellos, los apóstoles, tienen el monopolio y la exclusiva de estos ministerios. Intolerante, tajante y radical, porque un hombre de pueblo se mete a exorcista y despacha a los demonios. Ya vimos en la primera lectura cómo Moisés paró los pies a esos intolerantes que le pedían que les prohibiese profetizar. La intolerancia es cerrilismo, ignorancia y pecado. La tolerancia es cortesía, inteligencia y virtud. Ahora entendemos mejor al Papa Francisco. La intolerancia es un escándalo. Y escandalizar, según nuestra moral y el evangelio, no es dar que hablar, sino incitar, colaborar…con el pecado. En este caso la intolerancia es virtud porque su objetivo es lo malo. Las palabras de Jesús hoy son una exhortación a la tolerancia y a la magnanimidad. La exclusión sectaria, la mirada narcisista, la pretensión monopolizadora, son actitudes extrañas al espíritu de Jesús. Eliminando toda cerrazón ortodoxa, el cristianismo ha de saber acoger, apoyar y estimular a todos los hombres que defiendan una causa noble, aunque no estén inscritos en su comunidad ni pertenezcan a su confesión. A éstos, por mínima que sea su acción humanitaria, no se les negará la recompensa divina. ¡Cuánto menos la acogida humana!

Finalmente, habría que preguntarnos si realmente somos tolerantes o intolerantes. Tolerantes en qué. Intolerantes en qué y cuándo. Ya sabemos lo que nos vendrá. La intolerancia de los intolerantes es tan grave, que Jesús les cuelga hoy al cuello una rueda de molino ¡y al mar!; los mutila –ojo, brazo, pierna- ¡y al tostadero!; les cierra a cal y canto la puerta del cielo ¡y a la calle! Naturalmente, es un decir de decires, una hipérbole, pero no un decir por decir. La intolerancia religiosa es las ganas fracasadas de alzarse con el santo y la peana, es decir, con Dios en exclusiva y eso es un sacrilegio. La intoleranciadivide a los hombres, les amarga la existencia y eso es un pecado contra el amor y su unidad. La intolerancia fastidia a los hombres, y los hombres por eso se enemistan con Dios. La intolerancia es intolerable. Punto. ¿Con qué y con quién debemos ser, entonces, intolerantes? ¡Con el pecado y con quien me proponga o me invite a pecar! ¡Fuera el pecado en nuestra vida! ¡Dios se merece mi amor y respeto!

Para reflexionar: ¿Con quién soy intolerante: con los demás, conmigo? ¿A qué o a quién debo ser intolerante: a mi hermano que piensa o cree distinto que yo, al pecado y al que me invita a ofender a Dios? ¿Por qué creo que yo tengo el monopolio de la verdad y la salvación? ¿Creo que “mi” verdad es “la” verdad?

Para rezar: Señor, te pido, que me liberes de mi mal carácter, agresividad e intolerancia. La inestabilidad de mi carácter, el mal trato hacia los que se me acercan o se relacionan conmigo, así como con mis familiares, parroquianos, amigos y vecinos… gobierna, tristemente mi vida, y el daño que les causo a los demás, al prójimo, a los que en general tratan conmigo, es excesivamente doloroso, y el que me infiero a mi mismo es también insoportable y me produce una inevitable y gran culpa, al punto que me paralizo, y veo pasar los días en una secuencia interminable. Me arrepiento de haber incurrido en esta actitud y conducta, pero necesito de tu celestial y poderoso auxilio para liberarme definitivamente de la intolerancia. Te doy gracias Señor porque tú siempre escuchas al que te invoca. Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

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