(ZENIT – 26 sept. 2018).- “Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad, de ponerse en juego y se anima a salir, logra transparentar las palabras más hermosas del Maestro: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Jn 13,34)”, dijo el Papa Francisco durante el encuentro con personas atendidas en Tallin, capital de Estonia, por las Misioneras de la Caridad, congregación fundada de la Madre Teresa de Calcuta.
La fe misionera va como estas hermanas por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, diciendo con gestos bien concretos: “tú eres parte de nuestra familia, de la gran familia de Dios en la que todos tenemos un lugar. No te quedes afuera. Y vosotras, hermanas, haced esto. Gracias”, alentó el Santo Padre.
Almuerzo con las Hermanas Brigidinas
Antes de este encuentro, el Papa almorzó en el Convento de las Hermanas Brigidinas, en Pirita, y se desplazó en automóvil a la catedral de los Santos Pedro y Pablo en Tallin para reunirse con los asistidos por las obras de caridad de la Iglesia. Antes de despedirse, el Santo Padre posó para una foto de grupo con las monjas del convento, entregó un don para la casa y finalmente, junto con las religiosas, fue a la entrada del convento para plantar un árbol.
A las 15.10 hora local (14.10 horas en Roma), el Papa Francisco llegó a la catedral de los Santos Pedro y Pablo y se encontró con los asistidos por las obras de caridad de la Iglesia.
Madre de 9 hijos
A su llegada, el Papa fue recibido en la entrada principal por el Administrador Apostólico de Tallin, el párroco, la Madre Superiora de las Hermanas Misioneras de la Caridad y de una familia con 9 hijos asistidos por las Hermanas. Cuatro niños ofrecieron al Papa un ramo de flores.
Alrededor de 100 asistidos por las obras de caridad de la Iglesia Católica participaron en el encuentro, entre ellos personas con problemas de alcohol, personas con dificultades, madres solteras y personal de Caritas.
Después de los saludos de uno de los asistidos y de una madre de familia también asistida, el Santo Padre dirigió unas palabras a los presentes.
Al final, después de la entrega de un regalo y el saludo a algunas personas asistidas por las obras de caridad católicas, el Papa se trasladó en automóvil a la Plaza de la Libertad.
Publicamos a continuación las palabras del Santo Padre durante el encuentro:
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Saludo del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
Gracias por recibirme esta tarde en vuestra casa. Para mí es importante realizar esta visita y poder estar aquí entre vosotros. Gracias a vosotros por vuestro testimonio y por haber querido compartir con nosotros todo lo que lleváis dentro del corazón.
En primer lugar, quisiera felicitaros a ti, Marina, y a tu esposo, por el hermoso testimonio que nos habéis regalado. Habéis sido bendecidos con nueve hijos, con todo el sacrificio que eso significa, como bien lo has señalado. Donde hay niños y jóvenes, hay mucho sacrificio, pero sobre todo hay futuro, alegría y esperanza. Por eso es reconfortante escucharte decir: “Damos gracias al Señor por la comunión y el amor que reina en nuestra casa”. En esta tierra, donde los inviernos son crudos, a vosotros no os falta el calor más importante, el del hogar, ese que nace de estar en familia. ¿Con discusiones y problemas? Sí, es normal, pero con ganas de salir adelante juntos. No son palabras bonitas, sino un claro ejemplo.
Y gracias por compartir también el testimonio de esas hermanas que no tuvieron miedo de salir e ir allí donde vosotros estabais para ser signo de la cercanía y de la mano tendida de nuestro Dios. Dijiste que eran como ángeles que vinieron a visitarte. Es así: son ángeles.
Cuando la fe no tiene miedo de dejar la comodidad, de ponerse en juego y se anima a salir, logra transparentar las palabras más hermosas del Maestro: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Jn 13,34). Amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa, como sucede en este hogar. Amor que sabe de compasión y de dignidad. Y esto es hermoso. [Mira a los nueve hijos de Marina sentados en un solo banco y los cuenta] Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve. ¡Hermosa familia!
La fe misionera va como estas hermanas por las calles de nuestras ciudades, de nuestros barrios, de nuestras comunidades, diciendo con gestos bien concretos: tú eres parte de nuestra familia, de la gran familia de Dios en la que todos tenemos un lugar. No te quedes afuera. Y vosotras, hermanas, haced esto. Gracias.
Creo que ese es el milagro del que tú nos hablaste, Vladímir. Encontraste hermanas y hermanos que te regalaron la posibilidad de despertar el corazón y ver que, en todo momento, el Señor te buscaba incansablemente para vestirte de fiesta (cf. Lc15,22) y para celebrar que cada uno de nosotros es su hijo muy querido. La mayor alegría del Señor es vernos nacer de nuevo, por eso no se cansa nunca de regalarnos una nueva oportunidad. Por esta razón, son importantes los lazos, sentir que nos pertenecemos los unos a los otros, que toda vida vale, y estamos dispuestos a jugárnosla por esto.
Quisiera invitaros a seguir creando lazos. A que salgáis por los barrios a decirles a muchos: Tú y tú eres parte de nuestra familia. Jesús llamó a los discípulos, y hoy también os llama a cada uno de vosotros, queridos hermanos, para seguir sembrando y transmitiendo su reino. Él cuenta con vuestras historias, con vuestras vidas, con vuestras manos para recorrer la ciudad y compartir lo mismo que vosotros habéis vivido. Hoy, ¿puede contar Jesús con vosotros?
Gracias por el tiempo que me habéis regalado. Ahora me gustaría daros la bendición para que el Señor siga haciendo milagros por medio de vuestras manos.
Y, por favor, también yo necesito ayuda; no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.
© Librería Editorial Vaticano
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