La editorial Nuevo Inicio, Granada, ha publicado la traducción realizada por Marcelo López, junto con su estudio crítico, con lo que intentan abrir un debate “imprescindible” en nuestro panorama intelectual y que hoy, en una época controvertida, resulta más urgente que nunca: “El acontecimiento de Cristo, ¿tiene que ver con la vida?”, señalan.
Entrevista a Marcelo López Cambronero, Doctor en Filosofía del Derecho por la Universidad de Valencia (2000), quien actualmente es Director del Instituto de Filosofía Edith Stein, campus en España de la Academia Internacional de Filosofía, situado en Granada.
López Cambronero es también profesor agregado de la Academia Internacional de Filosofía, y es especialista en Epistemología, Filosofía y Literatura española, y Filosofía y Literatura rusa.
¿En qué se traduce la proyección del pensamiento de Henri de Lubac en el Papa Francisco?
Se podría resumir en una sola frase: que Cristo tiene que ver con todos los aspectos de la realidad. Henri de Lubac recuperó la centralidad de Cristo en un momento en el que la secularización penetraba con fuerza dentro de la Iglesia, provocando un efecto muy desgraciado. El cristianismo se quería reducir a la moral, al cumplimiento de una serie de preceptos formales. No nos debe extrañar que mucha gente comenzara a percibirlo como una carga que no tenía ninguna incidencia en la vida cotidiana. Por un lado estaba la vida, con sus problemas, sus objetivos y sus complicaciones y por otro el cumplimiento de las normas de la Iglesia, que no sólo no ayudaba a vivir, sino que parecía complicar la existencia. Se había perdido la alegría del Encuentro con Cristo.
¡Por supuesto que hoy en día hay un montón de moralistas que siguen con la misma actitud! Pero el Papa Francisco, como hizo Juan Pablo II y Benedicto XVI, no cesan en su mensaje: Cristo cambia la vida, amplía el horizonte de la realidad, nos llena de gozo… el cristianismo es bastante más que un “aderezo” de valores o que añadir aquí y allá un poco de “ideales del humanismo cristiano”.
A propósito del diálogo interreligioso, que Francisco tiene muy presente en su ministerio, ¿cuáles son los puntos de comunión entre cristianos y budistas, según la obra de Lubac ‘Budismo y Cristianismo’ ?
¡Me quieres sacar los colores! Henri de Lubac estudió el budismo con mucha profundidad y yo sólo sé las nociones más generales. Es cierto que de Lubac pensaba que, fuera del cristianismo, el budismo había sido el mayor hecho espiritual de la historia humana, por su extensión y repercusiones, pero su obra más bien remarcó las diferencias que las similitudes. No obstante ayuda a conocer mejor el budismo, que siempre es un paso esencial para amarlo. Hoy en día se realizan muchos acercamientos superficiales a distintas religiones orientales, pero que se diluyen dentro de otras ideologías y les hacen perder su autenticidad.
El budismo manifiesta formas de altruismo, de amor a la naturaleza y abre a un camino de crecimiento interior. Sin embargo, como el propio de Lubac señaló, hay un aspecto esencial que lo separa del cristianismo, y es que para el budismo el “yo” es completamente ilusorio y más bien debe ser destruido. Desde ese punto de vista es imposible amarse a uno mismo y a los otros.
¿Cómo influyó el cardenal jesuita en la Teología del Concilio Vaticano II?
Cuando se celebró la primera sesión del Concilio, en 1962, Henri de Lubac tenía 66 años, y era un teólogo muy querido y de gran prestigio. El Concilio buscaba recuperar la centralidad de Cristo, que como he dicho se había perdido en buena medida por culta de cierto neotomismo que, en realidad, utilizaba a Kant para entender a Santo Tomás y daba lugar a una teología más ilustrada que cristiana. Era el caso del Cardenal Mercier y otros.
Juan Pablo II decía que la clave de la interpretación del Concilio está en Gaudium et Spes número 22, cuando dice que “Cristo revela el hombre al hombre” y que “todas las verdades encuentran en Cristo su fuente y corona”. Como decía antes, esta misma frase –esencia de la vida cristiana-, podría resumir todo el esfuerzo de la teología de Henri de Lubac: mostrar a Cristo vivo, palpitando en la comunidad de la Iglesia, en lugar de un Cristo meramente teórico y carente de interés.
Parece que hay un hilo conductor de la corriente de Lubac en la doctrina de los tres últimos papas, ¿puede explicarlo?
No uno, sino varios. Existe una gran sintonía espiritual. Podríamos explicarlo de la siguiente manera: Desde el Concilio Vaticano II los Papas han insistido en advertir sobre el dualismo que ha predominado en algunas concepciones de la Iglesia y que todavía hoy está presente, por ejemplo, en quienes critican desde una moral cerrada e ideológica el capítulo octavo de Amoris Laetitia.
Ese dualismo consiste en considerar, por un lado, que la naturaleza nos ofrece una serie de normas que regulan los distintos campos de la existencia humana, y que podemos conocer dichas normas únicamente usando nuestra razón. Como ya podemos solos, no necesitamos a Cristo ni podemos esperar que nos añada nada interesante. Así sucedería con la política, la economía o cualquier otro aspecto de la vida. Por otro lado estarían el fin de la salvación del alma, para lo que dedicaríamos los domingos y las fiestas de guardar.
Pensemos en un dúplex. La vida cotidiana transcurre en el piso de abajo, y en ciertas ocasiones subimos arriba para realizar un tipo de actos particulares, los “actos religiosos”. El resultado es que hemos metido a Cristo en la buhardilla, y de ahí lo pasamos con facilidad al trastero y al final se queda en el baúl de los recuerdos. ¿A quién le puede interesar una religión así?
Todavía peor, algunos quieren que el único efecto de la religión sobre lo cotidiano sea incluir algunas normas morales restrictivas y decirnos lo que no se debe hacer. ¡Es asfixiante e insoportable pero, sobre todo, es mentira!
Pues bien, si algo ha guiado el Magisterio de los tres últimos Papas ha sido luchar contra esta mentalidad pagana (kantiana en realidad) que nos estaba empapando hasta los huesos y pudriendo los corazones. Cristo es el centro de la vida.
¿Cuál es la propuesta que formula el autor del libro sobre la relación entre fe y razón?
Sigamos pensando en los términos de la pregunta anterior. Si Cristo ilumina cada uno de los aspectos de la vida, ¿dejará de lado a la razón? ¿No tiene ningún efecto sobre el pensador o el filósofo cristiano el hecho de serlo, el haberse encontrado con Cristo? ¿Acaso la filosofía no parte de la experiencia?
La razón, decía santo Tomás de Aquino ya en el primer artículo de la Suma Teológica, tiene como fin al mismo Dios (en realidad, para santo Tomás todos los actos humanos, absolutamente todos, son actos teológicos, porque tienen como fin último al mismo Dios, podríamos decir que desde lavar los platos de la cena a tener cuidado al reciclar la basura). Decía que la razón tiene como fin al mismo Dios pero, ¡así de paradójico es nuestro deseo!, no podemos lograr este fin sólo con nuestras fuerzas. Y no es una meta cualquiera, sino la más importante de nuestra vida y en la que están en juego la felicidad y la alegría, además de la salvación del alma. Necesitábamos de la Revelación. La Revelación no es ajena a la razón. Primero ensancha y transforma al sujeto que piensa, lo que es muy importante. Después amplía el horizonte de la reflexión, porque el cristianismo presentó muchísimos nuevos problemas y propuestas a la razón humana, tantos que ya nunca puede dejarse de lado. Finalmente, la fe es una gracia que, si no nos dejamos arrastrar por ideologías espurias, ilumina la mente y le ayuda a abrirse más y mejor al misterio.
¿Qué le respondería Henri de Lubac a Jacques Maritain a su afirmación “solo hay filosofía si no interviene la fe”?
En el libro que hemos publicado le responde, y de manera contundente. Para Maritain, la fe puede ayudar al filósofo con algunas confortaciones objetivas y subjetivas, pero no afecta al contenido. Esa división entre el sujeto y el objeto ya muestra la contaminación kantiana del pensamiento de Maritain, que se hace todavía más evidente en su concepción de la razón.
Maritain era un hombre muy inteligente, pero se dejó enredar por ese tomismo contaminado, en este punto y en otros. Ya decíamos que para santo Tomás el fin de la filosofía era el conocimiento de Dios, para lo que debía cooperar con la teología. Maritain, sin embargo, insiste en que la filosofía sólo puede moverse en el campo de la pura razón… lo que sucede, en esto insiste brillantemente Henri de Lubac, es que esa supuesta razón pura es una quimera del pensamiento.
Los filósofos creyentes no debemos dejarnos el traje de cristianos fuera del despacho o de la biblioteca: la filosofía es una reflexión sobre la experiencia y nada es más perjudicial para el filósofo que castrarla. Se puede ser más o menos profundo, pero es imperdonable caer en la inautenticidad.
Según las enseñanzas de Lubac, ¿Por qué “Cristo hace nuevas todas las cosas”?
La Encarnación es un hecho único que renueva toda la realidad, y lo hace desde dentro. No es sólo que una serie de verdades sean Reveladas para que las conozcamos, no es sólo cuestión de contenidos. Si sólo fuera esto, el filósofo podría intentar llegar hasta esas verdades utilizando las únicas fuerzas de la razón, como en cierto sentido hizo san Anselmo (aunque en su caso pidiendo que la gracia le ayudara en su camino, es decir, que le impulsara desde su interior, porque bien sabía que él sólo sería incapaz).
La Verdad revelada, como dice Henri de Lubac, no es un mineral del que la razón va sacando provecho poco a poco con su impulso racionalizador. Es una fuente que hace nacer otras fuentes, es creadora, renovadora, ha transformado la realidad misma y, dentro de ella, al mismo sujeto que filosofa. Nada ha quedado ajeno al hecho incomparable e inesperado de la Encarnación.
Seamos optimistas. ¿Cree que estamos viviendo una “posmodernidad cristiana, posible y deseable”?
El pueblo cristiano necesitaba de la posmodernidad, es decir, salir de los parámetros del pensamiento moderno y poder mirarlo “desde fuera”. Esto no puede significar un rechazo absoluto a la modernidad. Sería absurdo y contradictorio. Precisamente porque Cristo ha resucitado y es una compañía real para todo hombre, no existe ninguna época en la que no se perciba la positividad de la que está bañada la realidad.
Sin embargo, la crisis que supone el cambio de época se ha convertido, desde Juan Pablo II pero sobre todo con Francisco, en una gran oportunidad para retornar a las verdades esenciales de la fe cristiana. La Iglesia le debe mucho a este Papa, que será recordado como un gran evento histórico, conduciendo a la Iglesia con mucha inteligencia –y, sin lugar a dudas, con el empuje del Espíritu- a través de este oleaje difícil que estamos atravesando… y lo que nos queda, porque siempre los cambios de época con convulsos y complejos.
Por contestar directamente a su pregunta: vivimos una posmodernidad cristiana, que no cae en el relativismo ni en ese escepticismo por el que se deja arrastrar algún otro tipo de posmodernidad (desencantada por el fracaso del proyecto ilustrado), sino que insiste en la importancia de vivir a Cristo en la circunstancia concreta que atraviesa cada uno, sin caer en el error de imponer recetas facilonas, sino mirando a la experiencia humana, desde la verdad permanente de Cristo, para entenderla y abrazarla cada vez más y mejor. Este es el reto de la Iglesia, es decir, de cada uno de nosotros.
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