Jesús quiere que nuestra existencia sea laboriosa, que no nos “acomodemos”, porque este mundo exige nuestra responsabilidad, y nosotros, los cristianos, la asumimos totalmente con amor: fue en síntesis la llamada del Papa Francisco en su catequesis del miércoles 11 de octubre, tras reflexionar sobre el pasaje del Evangelio de Mateo en que Jesús advierte a sus discípulos estar preparados para recibir al Señor, centrando su meditación en la esperanza vigilante que debemos tener los cristianos.
El Evangelio que hemos escuchado nos invita a vivir en esperanza vigilante, es decir, a estar siempre preparados para recibir al Señor, con la total confianza de que ya hemos sido salvados por él y de que estamos esperando la plena manifestación de su gloria. Esto exige que vivamos con responsabilidad nuestra fe, y que acojamos con agradecimiento y asombro cada día de nuestra vida como un regalo de Dios.
El cristiano no fue hecho para el aburrimiento, en todo caso para la paciencia
Hay personas que con la perseverancia de su amor se vuelven como pozos que irrigan el desierto: se trata de cristianos que – aún en la monotonía de algunos días – saben entrever el misterio de la gracia. Lo dijo el Papa hablando en italiano, recordando asimismo que “nada es en vano” y que “ninguna noche es tan larga como para hacer olvidar la alegría de la aurora”, y esto porque la potente memoria de quien ha encontrado a Cristo disipará la tentación de pensar que esta vida es equivocada.
La esperanza vigilante y la paciencia son dos características que definen a quien se ha encontrado con Jesús, estructurando su vida desde la confianza y la espera, consciente de que el futuro no es sólo obra de nuestras manos, sino de la preocupación providente de un Dios que es todo misericordia.
La voluntad de Dios no es nebulosa, sino un proyecto de salvación bien delineado
Dios no se desmiente, « pues él quiere que todos sean salvos y lleguen a conocer la verdad»: con esta citación de san Pablo, el Santo Padre alentó a los cristianos a no abandonarse “al fluir de los eventos con pesimismo”, recordando que “la resignación no es un virtud cristiana”, como tampoco lo es “alzarse de hombros e inclinar la cabeza ante un destino que nos parece ineludible”. Y esto porque “la voluntad de Dios no es nebulosa, sino un proyecto de salvación bien delineado”.
Este convencimiento lleva al cristiano a amar la vida, a no maldecirla nunca, pues todos los momentos, por muy dolorosos, oscuros y opacos que estos sean, son iluminados con el dulce y poderoso recuerdo de Cristo. Gracias a él estamos convencidos de que nada es inútil, ni vacío, ni fruto de la vana casualidad, sino que cada día esconde un gran misterio de gracia y de que en nuestro mundo no necesitamos otra cosa que no sea una caricia de Cristo.
Al saludar a los fieles de lengua española, el pontífice los animó a seguir el ejemplo de Nuestra Madre María, viviendo “con una esperanza vigilante”, y siendo para cuantos nos rodean “portadores de la luz y de la caricia del Dios de la Misericordia”.
(Griselda Mutual – Radio Vaticano)
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