A nuestros hermanos de la Parroquia María Auxiliadora: El que hace volver a un pecador de su mal camino, salvará su alma


Por Hno. Eugenio Amézquita Velasco OFS

Antes que nada, agradecemos a Dios y al Padre Humberto Arce Santiago, -nuestro párroco en estos instantes y días que permanecemos la Hna. Paty Hernández OFS, mi esposa y hermana franciscana- la oportunidad de servirle a él y a ustedes así como observar y vivir de cerca los pasos de la Jornada Cristiana de Vida, con nuestros hermanos Soldados de Cristo.

Escribimos con la emoción de ver en medio de los "bruscos" pescadores de La Mata, a San Pedro, cabeza de la Iglesia fundada por Cristo, quien salió a predicar el Evangelio con su vida y con sus labios y cómo -al igual que el discípulo que también lo traicionó y lo negó, pero que también regresó arrepentido y humillado- ver también a nuestros hermanos de esta comunidad de pescadores que nos mostraron cómo en su momento regresaron al Señor con lágrimas en los ojos, pidiendo perdón y misericordia por los pecados cometidos a nuestro Maestro, Jesucristo Crucificado, que en silencio y humildad padeció en la cruz por amor a nosotros.

No podemos omitir la experiencia de ver cómo los diferentes orígenes sociales se mezclan en esta obra; nos hacen recordar lo que se nos dijo en nuestra formación inicial como franciscanos: que aquí no hay pobres ni ricos, sino sólo hermanos. Hermanos que han comprendido y viven la realidad plasmada en el ser cristiano de todos los días y que a la hora de la muerte y la sepultura, todos somos iguales. Todos moriremos. Aquí no hay ricos Epulones ni pobres Lázaros. Sólo hay hermanos.

Pero lo que nos conmueve, lo que hace un nudo en nuestras gargantas y nos emociona, es ver la ayuda fraterna a quien todavía no puede salir de su pecado y que encuentra, primero en Cristo su salvación, y segundo, cómo este sufriente hermano también ve en quien lo ayuda en este acto de conversión y encuentro con Dios, al hermano que lo apoya y ayuda. Nunca tan bien dicho que no podemos salvarnos solos, porque necesitamos de Jesús y de nuestros hermanos.

El apóstol Santiago nos hace ver esta gran verdad en la parte final de su carta:

Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver,  sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados.

No abandonemos jamás al Señor, porque sin Él no podemos hacer nada; como Él mismo nos lo recuerda a través de San Juan:

Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.
Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid,
tampoco ustedes, si no permanecen en mí.

Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto,
porque separados de mí, nada pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca;
después se recoge, se arroja al fuego y arde.

Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.

La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.

Aléjense de quienes se sienten más que otros, de los que pretenden ser indispensable; hagan oídos sordos de quienes se sientan lidercillos y quieran venir a dividir, a sembrar cizaña y discordia entre ustedes. Aprendamos de la enseñanza de la carta del apóstol Santiago:

El que se tenga por sabio y prudente, demuestre con su buena conducta que sus actos tienen la sencillez propia de la sabiduría. 
Pero si ustedes están dominados por la rivalidad y por el espíritu de discordia, no se vanagloríen ni falten a la verdad. Semejante sabiduría no desciende de lo alto sino que es terrena, sensual y demoníaca. 
Porque donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera. Un fruto de justicia se siembra pacíficamente para los que trabajan por la paz.

¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? 
Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra. Ustedes no tienen, porque no piden. O bien, piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones.

¡Corazones adúlteros! ¿No saben acaso que haciéndose amigos del mundo se hacen enemigos de Dios? Porque el que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. 

No piensen que la Escritura afirma en vano: El alma que Dios puso en nosotros está llena de deseos envidiosos. Pero él nos da una gracia más grande todavía, según la palabra de la Escritura que dice: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. 

Sométanse a Dios; resistan al demonio, y él se alejará de ustedes. Acérquense a Dios y él se acercará a ustedes. Que los pecadores purifiquen sus manos; que se santifiquen los que tienen el corazón dividido. Reconozcan su miseria con dolor y con lágrimas. Que la alegría de ustedes se transforme en llanto, y el gozo, en tristeza. Humíllense delante del Señor, y él los exaltará.

 Quisieramos decirles mucho de nuestras reflexiones por lo que nos han compartido; pero sentimos la necesidad de reiterarles lo que tratamos de hacer nuestro todos los días, enseñado por nuestro Seráfico Padre San Francisco de Asís: amen y defiendan a su párroco, a su sacerdote, en este caso, al Padre Humberto. No permitan que alguien -propio o extraño- lo ofenda, provoque, ataque o persiga; ni de palabra ni de obra. Hagan suyas las siguientes palabras del Pobrecillo de Asís, escritas en su Testamento:

 Después, el Señor me dio y me da tanta fe en los sacerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia Romana, por el orden de los mismos, que, si me persiguieran, quiero recurrir a ellos. Y si tuviera tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo, y hallara a los pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que moran, no quiero predicar más allá de su voluntad. 

Y a éstos y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero en ellos considerar pecado, porque discierno en ellos al Hijo de Dios, y son señores míos. Y lo hago por esto, porque nada veo corporalmente en este siglo del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y ellos solos administran a los otros.

Hagan suya -trabajamos también nosotros para hacerla nuestra- la advertencia de San Francisco de Asís:

Bienaventurado el siervo que tiene fe en los clérigos que viven rectamente según la forma de la Iglesia Romana. 
Y ¡ay de aquellos que los desprecian!; pues, aunque sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque solo el Señor en persona se reserva el juzgarlos. 
Pues cuanto mayor es el ministerio que ellos tienen del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a los demás, tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos, que los que pecan contra todos los demás hombres de este mundo. 

Los queremos mucho, hermanos. Sólo podemos decir como nuestro Padre Seráfico: "Y el Señor, me dio hermanos" y parafraseando a Santa Clara de Asís: Gracias, Señor, porque los creaste.

Déjate tocar por Jesús. Que el Señor nos dé su paz y la vida eterna.
Paz y Bien.
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