P. Antonio Rivero: “Fiesta de la luz. Que nuestro cirio ilumine nuestro mundo”

Sistema de Información del Vaticano

2 de febrero, Día de la vida consagrada

Ciclo A

Textos: Malaquías 3, 1-4; Salmo 23; Hebreos 2, 14-18; Lucas 2, 22-40

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: Jesús es presentado a Dios para ser consumado en la llama de la oferta, y así ser luz en su sacrificio. Así también cada consagrado y consagrada en este día de la vida consagrada: debemos ser cirio que nos consumimos al pie de Cristo y nuestro sacrificio da luz y calor a quienes pasan a nuestro lado.

Resumen del mensaje: Los cirios que se llevan hoy a la iglesia son un símbolo bellísimo de esta oferta para ser luz. La cera significa toda la disponibilidad a la llama, se consume en la llama y así difunde la luz. Así fue Cristo que se ofreció como cirio y se consumió hasta el final. Y por eso llegó a ser la Luz del mundo. Si esto se dice de Cristo, también se debe decir de cada consagrado y de cada cristiano. ¿No nos dieron el día del Bautismo un cirio? No fue para meterlo debajo de la cama sino para consumirnos en Cristo y con Cristo, y así dar luz a este mundo que vive en tinieblas en tantas partes.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la vida de Jesús es luz. Él es todo disponible al fuego del amor que viene del Padre, el amor del Espíritu Santo: se ofrece a este fuego para que la humanidad que Él ha asumido se transforme en gloria y luz. Cada instante de la existencia de Jesús es ofrecido para llegar a ser luz. Y esa luz se irradia de manera especial en el momento del sacrificio de la cruz. Ahí la luz es puesta sobre el candelabro para iluminar toda la casa, todo el mundo. Todos miramos a esa luz que viene del Calvario. También miramos hoy a todos los consagrados y consagradas que se van consumiendo en su entrega total a Cristo en obediencia, castidad y pobreza, en todas partes donde se encuentren: misiones, colegios, residencias de ancianos, hospitales, conventos. Se inmolan para encontrar en Cristo la verdadera libertad, el verdadero amor y la verdadera riqueza. Y así son visibilización de Cristo obediente, casto y pobre.

En segundo lugar, esta fiesta es un preanuncio del misterio pascual. La procesión con las velas es una anticipación de aquella del Sábado Santo, cuando acompañamos a Cristo-Luz, simbolizado en el cirio pascual. Las palabras de Simeón dejan entrever la pasión, el misterio de Cristo que llega a ser luz a través de su sacrificio, iluminando así las naciones todas. Hay que morir para dar vida. Cristo con su muerte y resurrección nos dio la vida nueva. Y también los consagrados y consagradas con su muerte e inmolación. En palabras del papa emérito Benedicto XVI: “Os invito en primer lugar a alimentar una fe capaz de iluminar vuestra vocación. Os exhorto por esto a hacer memoria, como en una peregrinación interior, del «primer amor» con el que el Señor Jesucristo caldeó vuestro corazón, no por nostalgia, sino para alimentar esa llama. Y para esto es necesario estar con Él, en el silencio de la adoración; y así volver a despertar la voluntad y la alegría de compartir la vida, las elecciones, la obediencia de fe, la bienaventuranza de los pobres, la radicalidad del amor. A partir siempre de nuevo de este encuentro de amor, dejáis cada cosa para estar con Él y poneros como Él al servicio de Dios y de los hermanos” (2 de febrero 2013).

Finalmente, nosotros hoy vamos al encuentro de esta luz que es Cristo, para ser también luz a nuestro alrededor, en nuestra casa, en nuestra parroquia, en el puesto de trabajo. Nuestra vida cristiana tiene que ser luminosa con nuestro ejemplo de entrega. Pero, sobre todo, llega a ser luminosa nuestra vida porque ofrecemos nuestros cuerpos como sacrificio viviente en la cruz de Cristo. Nuestra vida así se consume en la llama del amor y llega a ser luz, gracias al Espíritu Santo. Así fue la vida de María, que hoy presenta a su Hijo en el templo y Ella misma se ofrece también junto con su Hijo al Padre. Y a los consagrados y consagradas les dice de nuevo el papa emérito Benedicto XVI: Finalmente os invito a renovar en este día la fe que os hace ser peregrinos hacia el futuro. Por su naturaleza, la vida consagrada es peregrinación del espíritu, en busca de un Rostro, que a veces se manifiesta y a veces se vela: «Faciem tuam, Domine, requiram» (Sal 26, 8). Que éste sea el anhelo constante de vuestro corazón, el criterio fundamental que orienta vuestro camino, tanto en los pequeños pasos cotidianos como en las decisiones más importantes. No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz —como exhorta san Pablo (cf. Rm 13, 11-14)—, permaneciendo despiertos y vigilantes. San Cromacio de Aquileya escribía: «Que el Señor aleje de nosotros tal peligro para que jamás nos dejemos apesadumbrar por el sueño de la infidelidad; que nos conceda su gracia y su misericordia para que podamos velar siempre en la fidelidad a Él. En efecto, nuestra fidelidad puede velar en Cristo»” (Sermón 32, 4).

Para reflexionar: ¿pedimos con insistencia al Espíritu Santo que nuestra vida sea una ofrenda bella, santa, agradable a Dios porque la hemos inmolado en la cruz de Cristo y de ahí Jesús la hace luz para iluminar a nuestro mundo? ¿Rezamos todos los días por los consagrados y consagradas para que, con su inmolación, sean luz para sus hermanos? Si soy consagrado, ¿vivo en clave de amor mi profesión religiosa, visibilizando a Cristo consagrado al Padre y a la humanidad?

Para rezar: También hoy, Dios mío, me presento en el templo ante Ti, para ofrecerme todo lo que soy y tengo. Y quiero rezar desde lo más profundo de mi corazón la oración de Charles de Foucauld:

Padre, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias.

Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.

No deseo nada más, Padre.

Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor
de que soy capaz,
porque te amo.

Y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

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