Que el Señor enternezca los corazones duros, que condenan todo aquello que está fuera de la ley: fueron las palabras del Papa Francisco en la homilía de la Misa matutina en la casa Santa Marta. “No saben, dijo, que la ternura de Dios es capaz de quitar un corazón de piedra y poner en su lugar uno de carne”.
San Esteban es un “testigo de obediencia”, como Jesús, y precisamente por esto fue perseguido. En la homilía Francisco parte de la Primera Lectura del día, que narra el martirio de Esteban y prosigue la reflexión sobre el hecho que el cristiano es un testigo de obediencia. Aquellos que lo lapidaron, no entendían la Palabra de Dios. Esteban los había llamado “testarudos”, “incircuncisos en el corazón y en las orejas” y decir a una persona “incircunciso”, nota el Papa, equivalía a decirle “pagano”. Por ejemplo, Jesús llama a los discípulos de Emaús “necios”, una expresión que no es una alabanza pero no es tan fuerte como aquella que usa Esteban: los discípulos de Emaús no entendían, eran temerosos porque no querían problemas, “tenían miedo” pero “eran buenos”, “abiertos a la verdad”. Y cuando Jesús los reprende, dejan entrar sus palabras y su corazón se templa mientras quienes lapidaron a Esteban “estaban furibundos”, no querían escuchar. Éste es el drama del “cerrazón del corazón”: “el corazón duro”, dice el Papa.
En el Salmo 94 el Señor pone en guardia a su pueblo exhortándolo a que no endurezca el corazón y después, con el profeta Ezequiel, hace una promesa bellísima: aquella de cambiar el corazón de piedra con uno de carne, es decir, un corazón “que sepa escuchar” y “recibir el testimonio de la obediencia”:
“Y esto hace sufrir tanto, tanto a la Iglesia”: los corazones cerrados, los corazones de piedra, los corazones que no quieren abrirse, que no quieren sentir; los corazones que sólo conocen el lenguaje de la condena: saben condenar, no saben decir: “¿Pero explícame por qué tú dices esto? ¿Por qué esto? Explícame. No: están cerrados. Saben todo. No tienen necesidad de explicaciones”.
El reproche que también Jesús les dirige es el de haber matado a los profetas “porque les decían lo que no les gustaba”, recuerda Francisco. En efecto, un corazón cerrado no deja entrar al Espíritu Santo:
“No había lugar en su corazón para el Espíritu Santo. En cambio, la Lectura de hoy nos dice que Esteban, lleno del Espíritu Santo, había entendido todo: era testigo de la obediencia del Verbo hecho carne, y esto lo hace el Espíritu Santo. Estaba lleno. Un corazón cerrado, un corazón testarudo, un corazón pagano no deja entrar el Espíritu y se siente suficiente en sí mismo”.
Los dos discípulos de Emaús “somos nosotros”, dice el Papa, “con tantas dudas”, “tantos pecados”, que tantas veces “queremos alejarnos de la Cruz, de las pruebas” pero “hacemos espacio para escuchar a Jesús que nos templa el corazón”. Al otro grupo, a aquellos que están “encerrados en la rigidez de la ley”, que no quieren escuchar, Jesús – recuerda el Papa – ha hablado tanto, diciendo cosas “más feas” de aquellas dichas por Esteban. Y Francisco concluye haciendo referencia al episodio de la adultera que era una pecadora. “Cada uno de nosotros – subraya – entra en un diálogo entre Jesús y la víctima de los corazones de piedra: la adúltera”. A quienes querían lapidarla, Jesús responde solamente: “Mírense ustedes adentro”:
“Y hoy miramos esta ternura de Jesús: el testigo de la obediencia, el Gran Testigo, Jesús, que ha dado la vida, nos hace ver la ternura de Dios con respecto a nosotros, a nuestros pecados, a nuestras debilidades. Entremos en este diálogo y pidamos la gracia de que el Señor enternezca un poco el corazón de estos rígidos, de aquella gente que está encerrada siempre en la Ley y condena todo aquello que está fuera de la Ley. No saben que el Verbo vino en carne, que el Verbo es testigo de obediencia, no saben que la ternura de Dios es capaz de mover un corazón de piedra y poner en su lugar un corazón de carne”.
(MCM-RV)
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