El acuerdo bilateral fue firmado en Lima el 19 de julio de 1980, pero existe una legación permanente del Perú ante la Santa Sede desde 1859.
En su discurso, Mons. Gallagher destacó que "la Santa Sede está llamada a actuar para facilitar la coexistencia entre las diversas naciones, para promover la fraternidad entre los pueblos, donde el término fraternidad es sinónimo de colaboración activa, de verdadera cooperación, de solidaridad concordante y ordenada, y de solidaridad estructurada para el bien común y el de los individuos".
En esta línea, el arzobispo señaló que el Papa Francisco pide a la diplomacia de la Santa Sede que apoye “una idea de paz como fruto de relaciones justas, es decir, el respeto de las normas internacionales, la protección de los derechos humanos fundamentales, empezando por los de los últimos, los más vulnerables".
Además, el secretario para las Relaciones con los Estados recordó que la Santa Sede mantiene relaciones bilaterales con 183 Estados, a los que se añaden la Unión Europea y la Orden Soberana de Malta, además de tener “relaciones estables de carácter multilateral con muchas otras instituciones intergubernamentales”.
“La idea de paz de la que es portadora la Santa Sede no se detiene en lo que las naciones expresan en el derecho internacional contemporáneo. Trabajar por la paz no sólo significa determinar un sistema de seguridad internacional y, tal vez, cumplir con sus obligaciones. También es necesario prevenir las causas que pueden desencadenar un conflicto bélico, así como eliminar las situaciones culturales, sociales, étnicas y religiosas que pueden reabrir guerras sangrientas que acaban de terminar”, advirtió Mons. Gallagher.
En este sentido, la autoridad vaticana dijo que el derecho internacional “debe seguir dotándose de instituciones jurídicas e instrumentos normativos capaces de gestionar conflictos concluidos o situaciones en las que los esfuerzos diplomáticos han obligado a las armas a guardar silencio”.
“La tarea en la fase posterior al conflicto no se limita a reordenar los territorios, reconocer una soberanía nueva o modificada, o incluso garantizar con la fuerza armada los nuevos equilibrios alcanzados. Más bien, debe aclarar la dimensión humana de la paz, eliminando cualquier razón posible que pueda comprometer de nuevo la condición de aquellos que han vivido los horrores de la guerra y ahora esperan y esperan, según la justicia, un futuro diferente. Traducido al lenguaje de la diplomacia esto significa dar prioridad a la fuerza de la ley sobre la imposición de las armas, garantizando la justicia incluso antes que la legalidad”, afirmó.
Además, Mons. Gallagher alertó “la propagación de la indiferencia” ante “la continua ola de noticias e información, que nos conecta virtualmente con el resto del mundo y nos muestra multitud de personas que sufren, personas sin hogar, muchas víctimas de guerras obligadas a emigrar, personas que han perdido su trabajo y los más vulnerables”.
Por ello, el Arzobispo animó a “romper estos mecanismos de indiferencia, romper la cáscara protectora de nuestro egoísmo, pasando así de los teoremas sobre la paz posible, a experiencias concretas de paz vivida, aunque sufrida”.
De este modo, el secretario para las relaciones con los Estados del Vaticano recordó que el Papa Francisco “nos pide que seamos muy valientes y que dejemos atrás las certezas fáciles que hemos adquirido, comprometiéndonos a una auténtica conversión del corazón, de las prioridades y de los estilos de vida, para exponernos al encuentro con el otro, incluso cuando sentimos que no lo conocemos lo suficiente”.
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