LA PAZ CAMINO DE ESPERANZA Y FRATERNIDAD
1. La paz, camino de esperanza ante los obstáculos y las pruebas que vivimos
en estos tiempos.
La paz, como objeto de nuestra
esperanza, es un bien precioso, al que aspiramos los seres humanos. Esperar,
anhelar la paz es una actitud natural en los seres humanos. La humanidad lleva,
en la memoria y en la carne, los signos de las guerras y de los conflictos.
Naciones enteras se afanan por liberarse de las cadenas de la explotación y de
la corrupción, que alimentan el odio y la violencia
Nuestro mundo vive la perversa
contradicción de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz, en base
a la prepotencia que genera miedo y desconfianza, que luego termina por
envenenar las relaciones entre pueblos e impide todo posible diálogo. Cualquier
situación de amenaza alimenta la desconfianza y el repliegue en las personas y
los países.
2. La paz, camino de escucha basado en la memoria, en la solidaridad y
en la fraternidad.
Hay que tener en cuenta las guerras y la
violencia, de modo que la conciencia, que surge de esas experiencias,
constituya la raíz y sugiera el camino para las decisiones de paz en el
presente y en el futuro. Abrir y trazar un camino de paz es un desafío muy
complejo, a causa de los intereses que están en juego en las relaciones entre
personas, comunidades y naciones.
3. La paz, camino de reconciliación en la comunión fraterna.
San Pedro le dijo a Jesús: “Señor, si
mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete
veces?”. Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete” (Mt 18,21-22).
Este camino de reconciliación nos llama a encontrar, en lo más profundo de
nuestros corazones, la fuerza del perdón y la capacidad de reconocernos como
hermanos y hermanas.
4. La paz, camino de conversión ecológica.
Este camino de reconciliación es
también escucha y contemplación del mundo que Dios nos dio para que lo
convirtamos en nuestra casa común. De hecho, los recursos naturales, las
numerosas formas de vida y la tierra misma se nos confían para que las
“cultivemos y las cuidemos” (cf. Gen 2,15)
para las generaciones futuras, con la participación responsable y activa de
todos y cada uno.
Para lograr estos resultados,
necesitamos un cambio en las convicciones y en la visión del mundo que nos
rodea. De manera que podamos vivir el encuentro con las personas, que valoremos
y acojamos el preciso regalo de la creación, que refleja la belleza y la
sabiduría de su Creador.
+ Juan
Navarro Castellanos
Obispo de Tuxpan
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