(RV).- En su catequesis de la Audiencia General del segundo miércoles de octubre – prosiguiendo con su ciclo sobre “la esperanza cristiana” – el Papa propuso el tema de “la espera vigilante”, o sea ese estar siempre preparados para recibir al Señor, lo que exige que vivamos con responsabilidad nuestra fe y que acojamos con agradecimiento y asombro cada día de nuestra vida como un regalo de Dios.
Hablando en italiano, el Santo Padre recordó que el cristiano no está hecho para el aburrimiento, sino más bien para la paciencia. Sí, porque sabe que en la monotonía de ciertos días – que suelen ser iguales – se esconde un misterio de gracia. A la vez que destacó que hay personas que con la perseverancia de su amor llegan a ser “como pozos que irrigan el desierto”.
El Obispo de Roma también afirmó que nada sucede en vano y que ninguna situación en la que un cristiano se encuentre inmerso es completamente refractaria al amor. “Ninguna noche es tan larga como para hacer olvidar la alegría de la aurora” – dijo – y añadió que si permanecemos unidos a Jesús, “el frío de los momentos difíciles no nos paraliza” a la vez que incluso si el mundo entero “predicara contra la esperanza”, diciendo que “el futuro traerá sólo nubes oscuras”, el cristiano sabe que en aquel mismo futuro está el regreso de Cristo.
Por esta razón el Papa Bergoglio añadió que cuando esto suceda, si bien nadie sabe cuándo, el pensamiento de que al término de nuestra historia estará Jesús Misericordioso, es suficiente para tener confianza y no maldecir la vida. Así es, porque todo será salvado. “Sufriremos – dijo Francisco –, habrá momentos que suscitarán cólera e indignación, pero la dulce y poderosa memoria de Cristo sacará la tentación de pensar que esta vida es errónea”.
De ahí que el Papa haya manifestado que después de haber conocido a Jesús, no podemos dejar de escrutar la historia con confianza y esperanza. Hacia el final de su reflexión Francisco ofreció la imagen de Jesús como una casa, en la que nosotros nos encontramos dentro, y desde las ventanas vemos el mundo. Pero sin encerrarnos en nosotros mismos, ni añorando con melancolía un pasado que se presume dorado, sino mirando siempre hacia adelante, hacia un futuro que no es sólo obra de nuestras manos sino, ante todo, una preocupación constante de la Providencia de Dios.
“Todo lo que es opaco – dijo el Papa al concluir – un día será luz”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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