(RV).- Familiarizarse con la Biblia: leerla menudo, meditarla, asimilarla. Fue la indicación del Papa Francisco tras meditar, antes de la oración del Ángelus, sobre el Evangelio del primer domingo de Cuaresma que cada año presenta el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
En el domingo en que además se da inicio a los ejercicios espirituales del Papa y de la Curia Romana, el pontífice rezó el Ángelus en la Plaza de san Pedro – repleta de peregrinos a pesar del mal tiempo – , y tras reflexionar sobre las tentaciones de Jesús en el desierto, afirmó que en este tiempo cuaresmal, estamos invitados a seguir las huellas de Jesús y a hacer frente a la batalla espiritual contra el maligno con la fuerza de la Palabra de Dios.
Para explicar este llamado que como cristianos tenemos en estos cuarenta días que preceden a la Pascua, preguntó a los fieles presentes qué sucedería si tratásemos la Biblia como tratamos nuestro teléfono móvil, es decir, si lo lleváramos siempre con nosotros, si regresáramos a buscarla cuando nos la olvidamos, si la abriéramos varias veces al día, y leyéramos los mensajes en ella contenida. Esto porque, para hacer frente a esa batalla, necesitamos estar familiarizados con la Palabra de Dios.
“Una comparación paradójica”, señaló el pontífice, pero que “hace reflexionar”, porque de hecho, “si tuviéramos la Palabra de Dios siempre en el corazón, ninguna tentación podría alejarnos de Dios y ningún obstáculo podría desviarnos del camino del bien”.
A continuación, el texto completo de las reflexión del Papa antes de la oración del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo de Cuaresma, el Evangelio introduce en el camino hacia la Pascua, y nos muestra a Jesús que permanece durante cuarenta días en el desierto, sujeto a las tentaciones del diablo (cf. Mt 4,1-11). Este episodio se coloca en un momento preciso de la vida de Jesús: inmediatamente después de su bautismo en el río Jordán y antes del ministerio público. Él acaba de recibir la investidura solemne: el Espíritu de Dios descendió sobre Él, el Padre del cielo lo declaró "Mi Hijo, el amado" (Mateo 3:17). Jesús está ya listo para comenzar su misión; y porque tiene un enemigo declarado, es decir, Satanás, Él lo afronta de inmediato, "cuerpo a cuerpo". El diablo hace presión sobre el título de "Hijo de Dios" para alejar a Jesús del cumplimiento de su misión: "Si eres Hijo de Dios …", le repite(v 3.6), y le propone hacer gestos milagrosos como convertir las piedras en pan para satisfacer su hambre, y saltar de los muros del templo haciéndose salvar por los ángeles. A estas dos tentaciones, sigue la tercera: adorarlo a él, el diablo, para tener el dominio sobre el mundo (cf. v. 9).
Mediante esta triple tentación, Satanás quiere desviar a Jesús de la senda de la obediencia y la humillación – porque sabe que así el mal será vencido – y llevarlo por el falso atajo hacia el éxito y la gloria. Pero las flechas venenosas del diablo son todas los "paradas" por Jesús con el escudo de la Palabra de Dios (vv. 4.7.10) que expresa la voluntad del Padre. Y así el Hijo, lleno de la fuerza del Espíritu Santo, sale victorioso del desierto.
Durante los cuarenta días de la Cuaresma, como cristianos estamos invitados a seguir las huellas de Jesús y a hacer frente a la batalla espiritual contra el maligno con la fuerza de la Palabra de Dios. Para ello hay que familiarizarse con la Biblia: leerla menudo, meditarla, asimilarla. La Biblia contiene la Palabra de Dios, que siempre es actual y eficaz. Alguien dijo: ¿qué pasaría si tratamos la Biblia como tratamos a nuestro teléfono móvil? Si lo lleváramos siempre con nosotros; si nos volviéramos cuando nos la olvidamos; si la abriéramos varias veces al día; si leyéramos los mensajes de Dios contenidos en la Biblia como leemos los mensajes del teléfono… Claramente la comparación es paradójica, pero hace reflexionar. De hecho, si tuviéramos la Palabra de Dios siempre en el corazón, ninguna tentación podría alejarnos de Dios y ningún obstáculo podría desviarnos del camino del bien; sabríamos vencer las sugerencias cotidianas del mal que está en nosotros y fuera de nosotros; seríamos más capaces de vivir una vida resucitada según el Espíritu, acogiendo y amando a nuestros hermanos, especialmente a los más vulnerables y necesitados, y también a nuestros enemigos.
Que la Virgen María, ícono perfecto de la obediencia a Dios y de la confianza incondicional a su voluntad, nos sostenga en nuestro camino cuaresmal, a fin de que nos pongamos en dócil escucha de la Palabra de Dios para hacer una verdadera conversión del corazón.
(Griselda Mutual – Radio Vaticano)
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