«Francisco y el espíritu del Concilio Vaticano II», prof. Rafael Luciani

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(RV).- "Francisco y el espíritu del Concilio Vaticano II" es el título del segundo programa del profesor Rafael Luciani – teólogo venezolano y profesor de la escuela de Teología y Ministerio en Boston College-. En este segundo programa Rafael nos habla sobre cómo lo que hace Francisco responde a una recuperación y puesta en práctica del Concilio, especialmente el modo como fue recibida la Gaudium et Spes en América Latina, mediante la opción por los pobres. 

El Concilio Vaticano II constituyó un giro extraordinario en la autocomprensión de la comunidad eclesial. Fue un acontecimiento de conciliación que puso en marcha un proceso de aggiornamento, es decir, de actualización y renovación de toda la orientación eclesial, tanto pastoral como institucional. Hoy lo entendemos como el proceso de reforma de mentalidades y de estructuras al que el Papa Francisco nos invita.

En la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, los padres conciliares partieron de la convicción de que «el porvenir de la humanidad está en las manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (, GS 31).

La nueva orientación eclesial había sido expuesta por el Papa Juan XXIII en su discurso inaugural del 11 de octubre de 1962 en términos de pensar a la Iglesia desde su fidelidad al Reino de Dios anunciado por Jesús y la puesta en práctica de la justicia que se deriva: «Cristo Señor pronunció en verdad esta sentencia: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia. La palabra primero nos indica hacia dónde se tienen que dirigir especialmente nuestras fuerzas y nuestros pensamientos».

Pensarse desde la fidelidad al Reino de Dios implicaba situar a la comunidad eclesial como la que «está presente en este mundo y con él vive y obra». De tal modo que: «el gozo y la esperanza, las tristezas y angustias del hombre de nuestros días, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón» (GS 1). En este contexto queda claro que había que regresar al espíritu de Jesús, lo que supone ponerse «al servicio de la humanidad» como pueblo de Dios que camina hacia la construcción de la «fraternidad universal».

Los padres conciliares entendieron que no existe salvación fuera de esta historia, porque: «es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad humana la que hay que renovar. Por consiguiente, será el hombre el eje de toda esta explanación: el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad» (GS 3).

El Papa Francisco, en una entrevista concedida a la Civiltà Cattolica, se refirió a la importancia y el giro que provocó el Concilio del siguiente modo: «el Vaticano II supuso una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Produjo un movimiento de renovación que viene sencillamente del mismo Evangelio. Los frutos son enormes. Basta recordar la liturgia. El trabajo de reforma litúrgica hizo un servicio al pueblo, releyendo el Evangelio a partir de una situación histórica concreta. Sí, hay líneas de hermenéutica de continuidad y de discontinuidad, pero una cosa es clara: la dinámica de lectura del Evangelio actualizada para hoy, propia del Concilio, es absolutamente irreversible».

Lo que Francisco propone no es un mero cambio de enfoque en la pastoral eclesial, como tampoco un refrescamiento del lenguaje o una actualización de las formas religiosas existentes. Propone el replanteamiento de un modo de ser Iglesia, una reforma de mentalidades y de estructuras, retomando la senda antropológica trazada por el Concilio Vaticano II, para el cual el hombre es un ser social por naturaleza (Gaudium et Spes 12). O como explica Lucio Gera: «en el misterio de Dios está implicada su voluntad: que yo me convierta al hermano».

Siguiendo el espíritu de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Francisco entiende que el reto de hoy está en asumir el mundo secular en cuanto mundo desde una Institución eclesiástica que se viva como Pueblo de Dios en medio de los pueblos de este mundo. Es la eclesiología del Pueblo de Dios expuesta en la Lumen Gentium. Una Iglesia en salida que aprenda a responder a los nuevos signos de los tiempos y no a sus propias necesidades o intereses burocráticos. Una Ecclesia semper reformanda que sea honrada consigo misma y con Dios en su praxis hacia el hermano. Una Iglesia: «santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación» (LG 8), de tal modo que «bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso» (LG 10).

La eclesiología de Francisco, nos invita a vernos como «Pueblo de Dios presente en todas las razas de la tierra» (LG 13). Una Iglesia que se entiende en salida y hace vida en la sociedad, porque vive su comunión con Dios en la comunión con los hombres y mujeres de nuestra época, para ir a donde ellos estén pues la misión religiosa de la Iglesia (Gaudium et Spes 42) consiste en ayudar a descubrir y potenciar la trascendencia de lo humano (Gaudium et Spes 11).

(Mireia Bonilla para RV)


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