(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en la catequesis de la audiencia general de este miércoles, ha reflexionado sobre la esperanza cristiana. De este modo, ha indicado que Dios Padre consuela “suscitando consoladores”, a los que pide “animar al pueblo, a sus hijos”, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón afligido y asustado. Por eso el profeta pide “preparar el camino al Señor, abriéndose a sus dones de salvación”.
Publicamos a continuación el texto completo de la catequesis.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Comenzamos hoy una nueva serie de catequesis, sobre el tema de la esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no decepciona. El optimismo decepciona, la esperanza no. ¿Claro? La necesitamos mucho, en estos tiempos que aparecen oscuros, en el que a veces nos sentimos perdidos delante del mal y la violencia que nos rodean, delante del dolor de muchos hermanos nuestros. Es necesaria la esperanza. Nos sentimos perdidos y también un poco desanimados, porque nos sentimos impotentes y nos parece que esta oscuridad no termine nunca.
Pero no hay que dejar que la esperanza nos abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros, yo espero porque Dios está junto a mí y esto podemos decirlo todos nosotros, cada uno de nosotros puede decir: yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo. Camina y me lleva de la mano, me lleva de la mano. Dios no nos deja solos, el Señor Jesús ha vencido al mal y nos ha abierto el camino de la vida.
Y entonces, en particular en este tiempo de Adviento, que es el tiempo de la espera, en el que nos preparamos a acoger una vez más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor qué quiere decir esperar. Escuchemos por tanto las palabras de la Sagrada Escritura, iniciando con el profeta Isaías, el gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la esperanza.
En la segunda parte de su libro, Isaías se dirige al pueblo con un anuncio de consolación:
«¡Consuelen, consuelen a mi pueblo,
dice su Dios!
Hablen al corazón de Jerusalén
y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada […]».
Una voz proclama:
¡Preparen en el desierto el camino del Señor,
tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios!
¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas;
que las quebradas se conviertan en llanuras
y los terrenos escarpados, en planicies!
Entonces se revelará la gloria del Señor
y todos los hombres la verán juntamente,
porque ha hablado la boca del Señor» (40,1-2.3-5).
Esto es lo que dice el profeta Isaías.
Dios Padre consuela suscitando consoladores, a los que pide animar al pueblo, a sus hijos, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón afligido y asustado. Por eso el profeta pide preparar el camino al Señor, abriéndose a sus dones de salvación.
La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad de caminar sobre el camino de Dios, un camino nuevo, rectificada y viable, un camino para preparar en el desierto, así para poder atravesarlo y volver a la patria. Porque el pueblo al que el profeta se dirige está viviendo en ese tiempo la tragedia del exilio de Babilonia, y ahora sin embargo se escucha decir que podrá volver a su tierra, a través de un camino hecho cómodo y largo, sin valles ni montañas que hacen cansado el camino, un camino allanado en el desierto. Preparar ese camino quiere decir por tanto preparar un camino de salvación y un camino de liberación de todo obstáculo y tropiezo.
El exilio del Pueblo de Israel fue un momento dramático en la historia, cuando el pueblo había perdido todo, el pueblo había perdido la patria, la libertad, la dignidad, y también la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza. Sin embargo, este es el llamamiento del profeta que abre de nuevo el corazón a la fe. El desierto es un lugar en el que es difícil vivir, pero precisamente allí ahora se podrá caminar para volver no solo en patria, sino volver a Dios, y volver a esperar y volver a sonreír. Cuando estamos en la oscuridad, en las dificultades, no viene la sonrisa. Es precisamente la esperanza la que nos enseña a sonreír en ese camino para encontrar a Dios. Una de las primeras cosas que suceden a las personas que se separan de Dios, es que son personas sin sonrisas. Quizá son capaces de hacer una gran carcajada, hacen una detrás de otra. Una broma, una carcajada. Pero la sonrisa falta. La sonrisa solo la da la esperanza. ¿Habéis entendido esto? La sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.
La vida a menudo es un desierto, es difícil caminar dentro de la vida, pero si nos encomendamos a Dios se puede convertir en bonita y larga como una autovía. Basta no perder nunca la esperanza, basta continuar a creyendo, siempre, a pesar de todo. Cuando nos encontramos delante de un niño, quizá tendremos muchos problemas, muchas dificultades, pero cuando estamos delante de un niño te viene de dentro la sonrisa. La sencillez, porque nos encontramos delante de la esperanza, un niño es una esperanza. Y así tenemos que ver en la vida, en este camino, la esperanza de encontrar a Dios, Dios que se ha hecho niño por nosotros. Y nos hará sonreír, nos dará todo.
Precisamente estas palabras de Isaías vienen después usadas por Juan Bautista en su predicación que invitaba a la conversión. Decía así: «Voz que clama en el desierto: preparad el camino al Señor» (Mt 3,3). Es una voz que grita donde parece que nadie pueda escuchar. Pero ¿quién puede escuchar en el desierto? Los lobos. Y que grita en su pérdida debido a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe. Sí, decimos, yo creo que Dios, yo soy cristiano, yo soy de esa religión, pero tu vida está muy lejos de ser cristiano, está bien lejos de Dios. La religión, la fe ha caído en una palabra. Yo creo, sí, pero no. Aquí se trata de volver a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera. Esta es la predicación de Juan Bautista, preparar, preparar el encuentro con ese Niño que nos dará de nuevo la sonrisa. Los israelitas, cuando el Bautista anuncia la venida de Jesús, es como si estuvieran todavía en el exilio, porque están bajo la dominación romana, que les hace extranjeros en su propia patria, gobernados por ocupantes poderosos que deciden sobre sus vidas. Pero la verdadera historia no es la hecha por los poderosos, sino la hecha por Dios junto con sus pequeños. La verdadera historia, la que permanecerá en la eternidad, es la que escribe Dios con sus pequeños. Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños. Esos pequeños y sencillos que encontramos junto a Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad; María, joven virgen prometida con José; los pastores, que eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. La esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza, no saben qué es.
Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús, que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino plano sobre el que caminar para ir al encuentro a la gloria del Señor. Y llegamos al por tanto. Dejémonos enseñar la esperanza, dejémonos enseñar la esperanza, esperando con confianza la venida del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, cada uno sabe en qué desierto camino, cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florecido. La esperanza no decepciona. Lo decimos otra vez. La esperanza no decepciona. Gracias.
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