Francisco clausura el Año de la Vida Consagrada
Ciudad del Vaticano, 3 de febrero 2016 (Vis).-Ayer, festividad de la Presentación de Jesús en el Templo y Jornada de la Vida Consagrada, el Santo Padre presidió a las 17,30 en la basílica vaticana la misa con ocasión del Jubileo de la Vida Consagrada y del Año a ella dedicado. Concelebraron con el Papa los miembros de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica.
En el curso del rito, que se abrió con la bendición de los cirios y la procesión, Francisco pronunció una homilía de la que ofrecemos amplios extractos y en la que destacó que la gratitud, por el don del Espíritu Santo que anima siempre a la Iglesia a través de los diversos carismas, era la palabra que sintetizaba el Año de la Vida Consagrada.
''Ante nuestros ojos hay algo sencillo, humilde y grande: María y José llevan a Jesús al templo de Jerusalén. Es un niño como tantos... pero es único: es el Unigénito venido para todos. Este Niño nos trae la misericordia y la ternura de Dios: Jesús es el rostro de la Misericordia del Padre. Y éste es el icono que el Evangelio nos presenta al final del Año de la Vida Consagrada... que ahora como un rÍo, confluye ahora en el mar de la misericordia, en este inmenso misterio de amor que estamos experimentando con el Jubileo extraordinario''.
''La fiesta de hoy, sobre todo en Oriente, se llama fiesta del encuentro. En efecto, en el Evangelio hay diversos encuentros En el templo Jesús viene a nuestro encuentro y nosotros vamos a su encuentro. Contemplamos el encuentro con el viejo Simeón, que representa la espera fiel de Israel y la exultancia del corazón por el cumplimiento de las antiguas promesas. Admiramos también el encuentro con la anciana profetisa Ana..Simeón y Ana son la espera y la profecía, Jesús es la novedad y el cumplimiento: Él es la perenne sorpresa de Dios; en este Niño nacido para todos se encuentran el pasado, hecho de memoria y de promesa, y el futuro, lleno de esperanza''.
''Podemos ver aquí el inicio de la vida consagrada. Los consagrados y las consagradas están llamados, ante todo, a ser hombres y mujeres del encuentro. La vocación, de hecho, no es el resultado de un proyecto nuestro... sino de una gracia del Señor que nos alcanza, a través de un encuentro que cambia la vida. Quien verdaderamente encuentra a Jesús no puede permanecer igual que antes...Quien vive este encuentro se convierte en testimonio y hace posible el encuentro para los otros; y también se hace promotor de la cultura del encuentro, evitando la autoreferencialidad que nos hace encerrarnos en nosotros mismos''.
''Jesús, para salir a nuestro encuentro, no dudó en compartir nuestra condición humana: ...No nos salvó “desde el exterior”, no se quedó fuera de nuestro drama, sino que quiso compartir nuestra vida. Los consagrados y las consagradas están llamados a ser signo concreto y profético de esta cercanía de Dios, de éste compartir la condición de fragilidad, de pecado y de heridas del hombre de nuestro tiempo''.
''El Evangelio también nos dice que ...''su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él''.. José y María custodian el estupor por este encuentro lleno de luz y de esperanza para todos los pueblos. Y también nosotros, como cristianos y como personas consagradas, somos custodios del estupor. Un estupor que pide ser renovado siempre...¡Ay, de la costumbre en la vida espiritual! ¡Ay, de cristalizar nuestros carismas en una doctrina abstracta!: Los carismas de los fundadores no son para encerrarlos en una botella, no son piezas de museo. Nuestros fundadores fueron movidos por el Espíritu y no tuvieron miedo de ensuciarse las manos con la vida cotidiana, con los problemas de la gente, recorriendo con coraje las periferias geográficas y existenciales''.
''Por último, de la fiesta de hoy aprendemos a vivir la gratitud por el encuentro con Jesús y por el don de la vocación a la vida consagrada. Agradecer, acción de gracias: Eucaristía. Que bonito es encontrar el rostro feliz de personas consagradas, quizás ya ancianos como Simeón o Ana, felices y llenas de gratitud por la propia vocación. Esta es una palabra que puede sintetizar todo aquello que hemos vivido en este Año de la Vida Consagrada: gratitud por el don del Espíritu Santo, que anima siempre a la Iglesia a través de los diversos carismas''.
Terminada la misa en la basílica, el Papa salió a la Plaza de San Pedro para saludar a los numerosos consagrados y consagradas que no habían podido entrar en la basílica vaticana con estas palabras:
''Gracias por terminar así, todos juntos, este Año de la Vida Consagrada. Seguid adelante. Cada uno de nosotros tiene un lugar, tiene una tarea en la Iglesia. Por favor no os olvidéis de la primera vocación, de la primera llamada. Recordadlo: El Señor continúa llamándoos hoy con el mismo amor. ¡Que no disminuya la belleza y el estupor de la primera llamada! Y después seguid trabajando... Siempre hay algo que hacer. Lo principal es rezar, el meollo de la vida consagrada es la oración. Rezar. Y así envejecer, pero envejecer como el buen vino.''
''Os digo también que a mí me gusta tanto encontrar a esos religiosos, a esas religiosas ancianos, pero con los ojos brillantes porque tienen el fuego de la vida espiritual encendido. No se ha apagado ese fuego... Seguid trabajando y mirad al mañana con esperanza, pidiendo siempre al Señor que nos mande vocaciones, para que nuestra obra de consagración siga adelante. Y la memoria: no os olvidéis de la primera llamada; el trabajo de todos los días … y la esperanza de seguir adelante y de sembrar bien para que los que vengan después de nosotros reciban la herencia que les dejamos''.
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