Sagrada Familia: Reflexión de monseñor Enrique Díaz

Sistema de Información del Vaticano

(zenit – 27 dic. 2020).- Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de zenit su reflexión “Hijo de familia” sobre los textos del 27 de diciembre de 2020, día de la Sagrada Familia de Nazaret.

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La Sagrada Familia

Génesis 15, 1-6; 21, 1-3: “Tu heredero saldrá de tus entrañas”

Salmo 104: “El Señor nunca olvida sus promesas”

Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19: “La fe de Abraham, de Sara y de Isaac”

San Lucas 2, 22-40: “El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría”

La pandemia nos ha obligado a regresar “al hogar”, al seno de la familia, con todas las riquezas y también con todas las dificultades. Hemos escuchado en los últimos días acontecimientos terribles ocurridos en el seno de la familia: violaciones, violencia, maltrato y hasta homicidios tristemente célebres a nivel nacional e internacional.

Las estadísticas de la violencia familiar aparecen cada día en los noticieros y a todos nos indignan, pero ahí están. Nos vemos sumergidos en una ola de engaños, de narco, de drogas y alcohol, de miedos e inseguridades y quisiéramos refugiarnos en el cálido ambiente familiar. ¿Cálido? Sería el ideal y un sueño pero las estadísticas parecen contradecir nuestras esperanzas.

La familia se ve cada día sacudida por los numerosos ataques, directos o indirectos, propiciados por una cultura que parece buscar una nueva forma de convivencia y dejar a un lado la tradicional familia mexicana.

El alto número de divorcios, madres solteras, adolescentes embarazadas, violaciones y abusos, nuevas formas de parejas, parecen contradecir nuestros anhelos de familia. La violencia intrafamiliar, el abuso de los infantes, los abortos y eutanasias, los golpes e insultos, minan la dignidad de toda persona.

Es triste comprobar que el ochenta por ciento de las violaciones y del maltrato a infantes se da en el ámbito de los familiares más cercanos o quienes a ellos se asemejan. ¿A dónde va la familia? Innumerables mujeres de toda condición no son valoradas y quedan con frecuencia solas frente a la educación de los hijos.

Son sometidas a muchas formas de exclusión y de violencia donde impera tanto el machismo como la opresión y la ganancia. Así se han evidenciado dos realidades: nuestro mejor refugio es la familia pero donde ha habido más dolor es también en la familia.

San Lucas nos permite hoy descubrir los grandes valores que encierra la familia de Jesús. En un solo acontecimiento nos da grandes enseñanzas: se acercan, conforme a la costumbre y tradición judía, a la “presentación”; van padre y madre, los dos unidos, a ofrecer su Niño al Señor.

Juntos reciben las alabanzas y también los retos y compromisos que en su tarea como padres de Jesús tendrán que afrontar; sienten el ambiente acogedor de dos ancianos que, movidos por el Espíritu, los confortan y animan en su misión y se cierra la narración con una escena sencilla que presenta el ideal de toda familia: “El Niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él”.

Sí, ése es el ideal de toda familia: que haya una pareja que camine y eduque juntos, que cada niño tenga la seguridad de su alimento y un ambiente sano para poder crecer; que cada niño tenga una escuela digna y segura para llenarse de sabiduría.

Que cada niño pueda ver en el amor conyugal de sus padres un reflejo del amor creador de Dios; que cada miembro de la familia se sienta respetado, querido y valorado dentro de ella porque ahí es donde se fortalece, se refugia y encuentra su paz. Es el ideal de la familia. ¿En qué se parecen nuestras familias a este ideal?

¿Qué hizo Jesús treinta años encerrado en Nazareth? Vivió como un “hijo de familia”, aprendiendo, orando, trabajando, viviendo en comunión con José y María. Hoy urge redescubrir el origen, el valor y el sentido de la familia, reflexionar sobre su ser y su quehacer para responder a la nueva problemática que nos aqueja.

La familia debe vivir plenamente su vocación y misión tanto en la Iglesia como en la sociedad: es básica en el nacimiento, crecimiento, desarrollo y maduración de toda persona. No es añoranza de las antiguas y prolíficas familias de antaño, como si todo tiempo pasado fuera mejor.

Pero sí es el reclamo urgente de que las familias actuales, a pesar de la dispersión y de los trabajos de los padres, a pesar de las distancias y los problemas, se tienen que convertir en verdaderos “hogares”.

La familia será el lugar privilegiado donde podamos experimentar el amor de Dios, donde se aprendan los valores que sostendrán al individuo, donde se mama la verdad y el amor a la justicia, donde se aprenden las verdaderas relaciones de hermanos y de amistad.

Difícil el reto, pero también es el único camino para fortalecer la dignidad y la formación de la persona. Si encontramos inspiración y modelo en la Familia de Nazaret, nuestras familias podrán vivir los valores humanos y cristianos para consolidar una experiencia de amor, fundamento de una sociedad más humana.

Los modelos caducos de familia tradicionalista, machista, encerrada, han quedado en el pasado. Con frecuencia se ha dicho que ahora se tiene que vivir una nueva forma familiar y será cierto si esta forma incluye el amor, la fidelidad y el respeto, si sabe inculcar los valores de la verdad y de la justicia, si puede hacer sentir amado y comprendido a cada uno de sus miembros.

Nos quejamos del mundo exterior que influye en la familia, pero también influye en gran medida la responsabilidad y compromiso de cada uno de sus miembros. Hoy nos llegan dos retos muy fuertes: el exterior, que consiste en luchar por la dignidad y el respeto de cada familia, su derecho a una vivienda y alimentación digna, responder a sus necesidades más básicas, buscar oportunidades de educación, escuela y trabajo.

Pero también enfrentamos un reto al interior de la familia donde cada uno de sus miembros se comprometa a construir y a hacer de cada hogar un ambiente cálido lleno de amor que favorezca el crecimiento de las personas, donde se respire el amor de Dios.

Creemos que la familia es imagen de Dios que en su misterio más íntimo no es soledad, sino comunidad; su modelo, motivación y último destino ¿Cómo están viviendo nuestras familias? ¿A dónde vamos? ¿Qué podemos hacer y a qué nos comprometemos en la familia? ¿Cuántas víctimas inocentes seguirán sufriendo a causa de nuestros egoísmos e incomprensiones?

Dios, trino y uno, fuente de todo amor, cuida nuestras familias. Concédenos que hagamos de cada casa un hogar lleno de amor, diálogo y esperanza. Amén.

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