Marcelo Figueroa
La restauración de la identidad como pueblo de Dios, la renovación de la esperanza en la comunidad, el retorno a la confianza social en los políticos justos, la necesidad de recuperar el legado de la paz intergeneracional y la revalorización de la fe como un ethos nacional fueron los ejes centrales del reino de Josías en Judá (cf. 2 Reyes, 22, 1-23, 30; 2 Crónicas, 34, 1-35, 27). Pero tal reconstrucción ecuménica, que tiene sus raíces en el hábitat, una mirada al ser individual y social y una proyección a la espiritualidad ancestral, sólo podría ser integral si partiera de la casa de Dios, el espejo teológico de la casa común. Consciente de la necesidad y urgencia de esta indispensable tarea liberadora, después de tantos años de infortunio, dolor y muerte, Josías la emprendió (cf. 2 Reyes 22:4-6).
Las palabras del libro de la alianza
Tan pronto como pusieron sus manos en el trabajo de reconstrucción fundacional, encontraron la piedra fundamental que cambiaría el eje y el significado del reino restaurador del bisnieto de Ezequías: la Palabra de Dios. El texto bíblico lo narra así: "Al retirar el dinero depositado en el templo, el sacerdote Hilcías encontró el libro de la ley del Señor, dado por medio de Moisés" (2 Crónicas 34:14). Una vez recibido el libro sagrado, Josías, tras consultar a la profetisa Hulda sobre los pasos a seguir, emprendió la más profunda misión de reconstruir su reino de Judá, la casa común, es decir, la renovación de los votos del pueblo y de los gobernantes en torno al pacto con el Creador: "Por orden suya, todos los ancianos de Judá y de Jerusalén se reunieron con el rey.
El rey subió al templo del Señor junto con todos los hombres de Judá y todos los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, desde el más pequeño al más grande. Allí hizo que se leyeran en su presencia las palabras del libro de la alianza que se encuentra en el templo. El rey, de pie junto a la columna, concluyó un pacto ante el Señor, comprometiéndose a seguir al Señor y a observar sus órdenes, leyes y decretos con todo su corazón y alma, poniendo en práctica las palabras del pacto escritas en ese libro. Todo el pueblo se adhirió al pacto" (2 Reyes 1-3).
En América Latina, en septiembre, se celebra el mes de la Biblia. La Iglesia Católica lo celebra para conmemorar a San Jerónimo, autor de la Vulgata, la primera traducción de la Biblia al latín, la Iglesia Ortodoxa para destacar que los santos evangelios y otros libros del Nuevo Testamento fueron escritos en griego y las Iglesias Evangélica y Protestante para conmemorar la traducción de los textos bíblicos al español, la Biblia Reina-Valera.
El terremoto sanitario del virus
El relato del Rey Josías, aunque se sitúa cronológicamente en los años 640-609 a.C. y tiene una connotación histórica prebabilónica y un contexto profético del Antiguo Testamento; puede iluminar significativamente nuestro presente. Este mes de la Biblia, en los países de América Latina, nos encuentra inmersos en la fase más crítica del Covid-19. El nuestro es un continente que ha sido atravesado por una pandemia que ha causado el colapso de gran parte del ya débil sistema de atención sanitaria y que se ha traducido dolorosamente en millones de enfermos y cientos de muertes. Además, el terremoto sanitario del virus está causando un tsunami de tragedias alimentarias, laborales y sociales que han elevado las tasas de pobreza y desempleo a niveles sin precedentes. Todo ello en el marco de una crisis ecológica que, teniendo su epicentro en el ecocidio amazónico, está afectando a toda la casa común de lo que en estas latitudes llamamos "la gran patria latinoamericana".
Reconstrucción integral y ecuménica de la casa común
Debemos comenzar lo antes posible la restauración de la identidad como pueblos, la renovación de la esperanza de la comunidad, el retorno de la confianza social en los políticos justos, la recuperación del legado de paz intergeneracional y la revalorización de la fe simple, pura y popular como un ethos cultural. En esta reconstrucción integral y ecuménica de la casa común, debemos encontrarnos de nuevo con la Palabra de Dios. No como un mero instrumento religioso, ni como un frío instrumento literario, y menos aún como un amuleto con un vacío simbolismo político; sino como una palabra de fe, esperanza, caridad, reconciliación y hermandad latinoamericana. Como una Palabra viva que sabe dialogar con los pobres de la tierra, con la tierra generosa, con todas las culturas ancestrales y las maravillosas confesiones de fe popular.
Respetar las condiciones del pacto
Entonces, parafraseando el último texto bíblico citado, debemos, con cada voz de la fraternidad americana, "exhortar a todas las naciones, a todos los representantes, desde los ancianos hasta los niños, a respetar las condiciones del pacto". Y entonces todos los pueblos aceptarán el compromiso". Un compromiso de cuidar el hogar común en su totalidad, bajo la mirada misericordiosa del Verbo Encarnado que sostiene todo el universo (cf. Hebreos 1:3).
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