Addis Abeba (Agencia Fides) - Etiopía es el país donde tiene su sede el imponente edificio de la Unidad Africana, es el país de las inversiones chinas, del metro, de los rascacielos y sobre todo el país del Premio Nobel de la Paz, el Primer Ministro Abiy Ahmed (“por sus esfuerzos para lograr la paz y la cooperación internacional, y en particular por su decisiva iniciativa para resolver el conflicto con la vecina Eritrea”) y, sin embargo, desde que fue elegido, Etiopía es un país que no consigue encontrar paz. El inicio de su mandato fue deslumbrante en los primeros 100 días de gobierno, puso fin a la guerra con Eritrea que había durado 18 años, liberó a miles de opositores políticos, liberalizó la prensa y garantizó la libertad de expresión, legalizó varios grupos de oposición previamente criminalizada, se embarcó en una gira por el país centrada en la unidad, la reconciliación y el cambio. Sin embargo, sus reformas (o quizás la reacción violenta de la libertad) han roto algo en el engranaje político-étnico etíope (véase, por ejemplo, la opción de restaurar el concepto de ciudadanía pan-etíope y superar las divisiones étnicas introducidas por la constitución federal de 1993). (...) - continúa
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