REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
En una de las tres misas que los sacerdotes podemos celebrar en la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos con distintas oraciones y lecturas, uno de los Evangelios son las palabras de Jesús sobre el Juicio final, sobre la misericordia que tuvimos o no con el hermano.
Una oración reza: “Dios nuestro… que nos has redimido por la muerte y resurrección de tu Hijo, ten piedad de tus hijos difuntos y conduce a la alegría de la felicidad eterna a quienes creyeron en el misterio de la resurrección”.
Job proclama “yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo. Y después que me arranquen esta piel, yo, con mi propia carne, veré a Dios. Sí, yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos
San Pablo en la carta a los Romanos nos recuerda: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva”.
En el libro del Apocalipsis Dios asegura que las lágrimas se secarán: “Esta es la morada de Dios entre los hombres: él habitará con ellos; ellos serán su pueblo, y el mismo Dios será con ellos su propio Dios. Él secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor, porque todo lo de antes pasó”.
El prefacio de difuntos reza “En Jesús brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque para los que creemos en ti, la vida no termina, sino que se transforma, y al deshacerse esta morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.
¡Que por la misericordia de Dios el alma de nuestros fieles difuntos descanse en paz!
¡Dales Señor el Descanso eterno y brille para ellos la luz que no tiene fin!
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