(ZENIT – Roma, 2 Mayo 2017).- La Academia Pontificia de las Ciencias Sociales ha concluido este martes una asamblea plenaria de cuatro días en el Vaticano, sobre el tema de la exclusión social, con el título “Hacia una sociedad participativa. Nuevas vías para la integración social y cultural”.
Integración de las personas de acuerdo a sus capacidades, en el contexto de un mundo globalizado, lo que no significa querer acabar con las desigualdades sino principalmente con la pobreza, explicaron los relatores.
Lo indicaron hoy martes en la Sala de prensa del Vaticano, su canciller, el obispo Marcelo Sánchez Sorondo, acompañado por su presidenta la profesora Margaret S. Archer, presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales; el profesor Pierpaolo Donati de la Universidad de Bolonia; y el Prof. Paulus Zulu, de la Universidad de Natal (Sudáfrica).
Con motivo de la plenaria el papa Francisco envío un mensaje especial, publicado en el Osservatore Romano el 29 de abril, que ha sido el telón de fondo y el hilo conductor de los trabajos.
Los participantes en la Asamblea Plenaria han abordado la cuestión de la sociedad participativa definiendo en primer lugar los conceptos de participación, lucha contra la exclusión e integración social y cultural, para luego considerar los fenómenos empíricos, sus causas y las posibles soluciones. Se trata de conceptos y procesos multidimensionales que no son idénticos entre sí y, sin embargo conectados de varias maneras.
La participación puede ser institucional o espontánea. La exclusión puede ser activa (intencional, como en el caso de la discriminación por motivos de origen étnico o religioso) o pasiva (debido a causas accidentales, como una fuerte crisis económica).
En ambos casos es el resultado de procesos que se han analizado en sus mecanismos generativos, dado que la integración social y cultural es el resultado de la modificación de estos mecanismos, que son económicos, sociales, culturales y políticos.
El objetivo de la inclusión de las personas y comunidades en la sociedad no puede perseguirse con medidas forzadas o de una forma estandarizada (por ejemplo, con sistemas escolares que no toman en cuenta las diferencias culturales y las culturas locales). Una participación social real es posible sólo a condición de que haya libertad religiosa.
Los trabajos han puesto de manifiesto la preocupación por la propagación de la fragmentación social, por un lado y , al mismo tiempo, por la incapacidad de los sistemas políticos para gobernar la sociedad. Estos dos fenómenos se están extendiendo en muchos países y crean situaciones de fuerte desintegración social, en la se hace cada vez más difícil crear formas de participación social basadas en los principios de justicia, solidaridad y fraternidad.
Las causas de estas tendencias perturbadoras que actúan en contra de una sociedad más participativa se han identificado en la crisis de la representación política, en las crecientes desigualdades sociales,en los desequilibrios demográficos a nivel mundial, en la creciente migración y el alto número de refugiados, en el papel ambivalente de las tecnologías de información y comunicación, en los conflictos religiosos y culturales.
Ciertamente, el factor más importante en contra de la participación social es la creciente desigualdad social entre élites restringidas y la masa de la población. Las estadísticas sobre la distribución de la riqueza y las oportunidades de vida indican las enormes diferencias entre los países entre sí y en el interior de los mismos.
Suscita gran preocupación el hecho de que en Europa y América, la clase media se haya debilitado mucho , a diferencia de otros países como India y China, donde se ha fortalecido.
Hay que señalar que cuando la clase media sufre contratiempos, la democracia participativa está en peligro.
A pesar de todo esto, se puede trabajar para una mejor “sociedad participativa” siempre que se consiga instaurar una verdadera cooperación subsidiaria entre un sistema político que se haga sensible a la voz de los que no está representados, una economía civilizada y formas asociativas de sociedad civil basadas en redes de reciprocidad. Es necesario crear formas circulares de participación “top-down” a “bottom-up” ( de arriba abajo y viceversa), valorizando las realidades intermedias basadas en el principio de colegialidad.
En esencia, una sociedad participativa es aquella que defiende y promueve los derechos humanos, consciente de que la legislación sobre ellos no puede lograr ningún proyecto utópico de transformación social, sino crear solamente condiciones positivas dentro de las cuales las personas y los grupos pueden actuar con ética, es decir, tener la oportunidad de dedicarse al bien recíproco , y de poner a punto nuevas iniciativas sociales que generen una mayor inclusión social.
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