“Decir no al hermano, es decirle no a Dios”, reflexiones bíblicas de Mons. Fernando Chica

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(RV).- Bajo el título "Decir no al hermano, es decirle no a Dios", Mons. Fernando Chica Arellano – observador permanente de la Santa Sede ante los organismos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma- reflexiona en el programa «Tu palabra me da Vida» de esta semana sobre un pasaje del Evangelio según San Lucas: “En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico… y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno entre tormentos, el rico levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’" (Lucas 16, 19-31).

Comentando este texto, en la homilía pronunciada el pasado 20 de marzo de 2014, el Santo Padre nos propuso esta consideración: “Nosotros sabemos el nombre del vagabundo: se llamaba Lázaro. Pero, ¿cómo se llamaba el otro hombre, el rico? ¡No tiene nombre! Precisamente ésta es la maldición más fuerte para la persona que confía en sí misma o en las fuerzas o en las posibilidades de los hombres y no en Dios: ¡perder el nombre!”.

Jesús nos está diciendo que cuando centramos el corazón en el tener, cuando nos enclaustramos en un ciego egoísmo, cuando damos la espalda al prójimo y a sus necesidades materiales y espirituales, nos estamos cerrando a la presencia de Dios, y sin esa presencia acabamos por perder de vista quiénes somos. Decir no al hermano, es decirle no a Dios, y eso, no porque el hermano sea Dios, sino porque la voluntad de Dios es que el amor que tenemos al Señor se extienda al prójimo. No ofrecer amor al hermano es ponerse en disposición de no aceptar el Amor de Dios.

Para vivir como hijos de Dios y hermanos los unos de los otros es importante tener en cuenta dos cosas. Si hoy las aprendemos mejorará el clima de nuestra convivencia.

En primer lugar, aprendamos de Jesús su manera de hablar y corregir. Cuando Jesús habla, lo hace siempre con amor, con la voluntad de compartir con nosotros su Vida. En la parábola que he proclamado, cuando Jesús reprende al rico, no lo hace por rabia o asco hacia las personas pudientes, ni porque quiera ocupar su lugar. Cuando Cristo corrige lo hace por amor. No lo olvidemos, porque hay muchas ocasiones en las que tenemos que corregir, advertir, llamar la atención. No lo hagamos desde el rencor o el desprecio. Corrijamos al hermano por amor, con amor, con humildad, no por envidia ni con resentimiento. Corrijamos según la verdad que nos ha enseñado Jesucristo, según la fe que tenemos en Él.

En segundo lugar, aprendamos a convivir dando consistencia a nuestras palabras. En el Evangelio vemos que Jesús no solo dice, también hace. Él cumplió lo que predicaba. Nos dijo: “Estaré con vosotros” (Mt 28,20). Y realmente está y nos da ejemplo de humildad, de justicia, de paciencia. Y nos ha hecho un gran regalo, el más grande: salvarnos con su Cruz y Resurrección.

(Mireia Bonilla para RV)


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