P. Antonio Rivero: “¿Dónde pones tú la felicidad? Escucha hoy a Cristo”

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SEXTO DOMINGO TIEMPO COMÚN

Ciclo C

Textos: Jr 17, 5-8; 1 Co 15, 12, 16-20; Lc 6, 17.20-26

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: Las bienaventuranzas proclamadas por Cristo van en contra de nuestras tendencias naturales y espontáneas.

Síntesis del mensaje: En la vivencia de las bienaventuranzas nos jugamos nuestra talla de cristianos y la eternidad bendita al lado de Dios. Hoy Cristo nos invita a escoger entre los verdaderos o los falsos valores. Quienes viven los verdaderos valores serán benditos y darán frutos ópimos y sabrosos. Quienes optan por los falsos valores son malditos y lo único que producirán serán cardos (1ª lectura). Y dado que continuamos en el año de la misericordia, digamos que Dios demuestra más su misericordia con los pobres, sufridos, marginados, desamparados, hambrientos. Y espera que se conviertan y vuelvan a Él todos los que ponen su confianza en la riqueza y en las cosas mundanas: los ricos roñosos y egoístas, los ahítos de banquetes, los que ríen sumergidos en los placeres.

Puntos de la idea principal:

En primer lugarCristo –en este evangelio de Lucas- llama felices y dichosos, o sea aplaude, a cuatro clases de personas: los pobres que no tienen dónde caerse muertos, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de la fe. Mateo en el capítulo 5 aumentaba cuatro más: los puros, los pacificadores, los mansos y los misericordiosos. Lucas se lamenta y lanza sus “ayes” desgarrados o alarmas divinas –que no maldiciones- a otras cuatro clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son prepotentes y adulados por el mundo. Son cuatro antítesis. En el Magnificat, María ya había señalado también estas antítesis: Dios derriba los potentes y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos. En su primera homilía en Nazaret también Jesús había dicho que Dios le había mandado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos. Detrás de esas bienaventuranzas de Cristo se esconden estas virtudes y valores cristianos: desprendimiento del corazón, humildad, pureza, honestidad, penitencia, caridad, perdón, confianza en Dios. ¿El premio? La felicidad auténtica en la otra vida –o en palabras de la segunda lectura de hoy: la resurrección para la vida eterna; y la paz y la conciencia tranquila aquí abajo; o en palabras de la liturgia de hoy: fecundidad y lozanía en cuanto emprendan, porque Dios les mandará la lluvia de su gracia, el sol de su cariño, el consuelo en el dolor (1ª lectura).

En segundo lugar, el mundo, por contrario, llama felices y dichosos a los ricos, a los que tienen éxito, a los que gozan de salud, a los que son aplaudidos por todos, a los que nadan en placeres y esquilman a los pobres, a los malversadores de fondos, a los corruptos que se encumbran, a los expertos en la mentira. El mundo con sus satélites –enemigos de Dios- pregona estos falsos valores: “hasta que el cuerpo aguante… ¿a mí qué?… ¡que cada uno se las arregle solo!¡aprovechemos el día y la vida, que el tiempo es breve!”. ¿Qué cosecharán quienes siguen las máximas de este mundo? Sequía, cardos (1ª lectura), inestabilidad (salmo), manos vacías y agujereadas, esterilidad, músculos atrofiados, corazón arrugado, pies paralizados, ojos miopes.

Finalmente, es hora de tocar la puerta de nuestro corazón: ¿qué valores rigen nuestra vida: los de Cristo o los del mundo? Hoy la Palabra de Dios es realmente esa espada de doble hoja que divide, trazando un muro divisorio sobre la humanidad y sobre cada uno de nosotros: de un lado, los presuntos pobres que, en realidad, son ricos; del otro, los supuestos ricos que, en realidad, son pobres. Si hoy encontramos un pobre, arrimémonos a él y depositemos en su mano una dádiva, como hizo san Martín de Tours con el pedazo de su túnica a ese pobre hombre que tiritaba de frío; por la noche escuchó: “Martín, hoy me cubriste con tu manto”. Si hoy topamos con un hambriento, saquemos un pedazo de pan y démoselo con una sonrisa, como tantas veces hizo la beata Teresa de Calcuta.Si hoy nos despierta el lloro de alguien, saquemos el pañuelo de nuestra compasión y enjuguemos sus lágrimas, como hizo tantas san Alberto Hurtado en su “Hogar de Cristo”. Si sabemos de alguien perseguido a causa de su fe y honestidad, defendámosle con valentía; así Cristo también nos defenderá a nosotros delante de su Padre celestial.

Para reflexionar: ¿Dónde busco mi felicidad: en el poder, en el tener, en el disfrutar? ¿O tengo las categorías proclamadas por Cristo hoy en el evangelio de las bienaventuranzas: desprendimiento, generosidad, justicia, humildad, rectitud de vida? ¿Dónde está puesto mi corazón: en el cielo o en la tierra? ¿En quién tengo puesta mi confianza: en Dios o en mí mismo?

Para rezar: Recemos con el salmo 16, 5-9:

El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz…

Estoy contento con mi herencia.

Por eso mi corazón se alegra,

se regocijan mis entrañas

y todo mi ser descansa seguro.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

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