(RV).- El primer jueves de noviembre, la Sala Clementina del Palacio Apostólico del Vaticano se convirtió – en el contexto del Año Jubilar – en el escenario del encuentro del Santo Padre Francisco con casi doscientos miembros pertenecientes a diversas religiones – cristianos, judíos, musulmanes, budistas e hinduistas, entre otros – todos ellos comprometidos en el ámbito de las obras de caridad y misericordia.
Llamándolos “queridos amigos”, el Papa Bergoglio les dio su cordial bienvenida, manifestando su satisfacción por este encuentro que les permitió reflexionar juntos sobre el tema de la misericordia. Y añadió que este misterio de la misericordia no debe celebrarse sólo con palabras, sino sobre todo, con las obras, con un estilo de vida que sea realmente misericordioso, hecho de amor desinteresado, servicio fraterno y participación sincera.
Estilo que – dijo – la Iglesia desea asumir y al que están llamadas también las demás religiones para ser – especialmente en nuestro tiempo – mensajeras de paz y artífices de comunión, para contrarrestar a quienes alimentan choques, divisiones y cerrazones, puesto que éste es el tiempo de la fraternidad.
De ahí que Francisco haya manifestado la importancia de buscar el encuentro entre nosotros, un encuentro que, sin sincretismos conciliadores, nos haga más abiertos al diálogo, elimine toda forma de cerrazón y desprecio, rechazando cualquier forma de violencia y discriminación, tal como él mismo ha escrito en la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario, Misericordiae Vultus, (n. 23), del 11 de abril del año 2015.
Después de destacar que el tema de la misericordia es familiar a numerosas tradiciones religiosas y culturales, donde la compasión y la no-violencia son esenciales; el Pontífice enumeró una serie de actitudes que bien pueden considerarse obras de misericordia corporales y espirituales, aludiendo también al drama del mal.
Sin embargo el Obispo de Roma recordó que la misericordia también se extiende al mundo que nos circunda, a nuestra casa común, que estamos llamados a custodiar y preservar del consumo desenfrenado y voraz. Por esta razón afirmó que es necesario educar a la sobriedad y al respeto, a un modo de vivir más sencillo y ordenado, utilizando los recursos de la creación, con sabiduría y moderación, pensando en la entera humanidad y en las generaciones futuras, y no sólo en los intereses propios.
Antes de despedirse, el Sucesor de Pedro indicó la vía maestra común que resumió con una serie de afirmaciones, comenzando por el hecho de que se condenen de modo claro las actitudes inicuas que profanan el nombre de Dios y contaminan la búsqueda religiosa del hombre.
Que en cambio se favorezcan por doquier el encuentro pacífico entre los creyentes y una real libertad religiosa. En esto nuestra responsabilidad frente a Dios, a la humanidad y al futuro, es grande y requiere todo esfuerzo, sin ninguna simulación. Es una llamada que nos implica, un camino que hay que recorrer juntos por el bien de todos, con esperanza. Que las religiones sean regazos de vida, que lleven la ternura misericordiosa de Dios a la humanidad herida y necesitada; y que sean puertas de esperanza, que ayuden a atravesar los muros levantados por el orgullo y el miedo.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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