El Papa pide a los nuevos cardenales que “amen, hagan el bien, bendigan y rueguen”

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(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- “El camino al cielo comienza en el llano, en la cotidianeidad de la vida partida y compartida, de una vida gastada y entregada”. Así lo ha recordado el papa Francisco a los neo cardenales, en el consistorio que se ha celebrado esta mañana en la Basílica Vaticano, para la creación de 17 nuevos cardenales.  En el rito del consistorio se realiza  la “imposición de la birreta”, “la entrega del anillo” y la “asignación de título o diaconía”.  

En la apertura de la celebración, el nuncio en Siria, Mario Zenari, ha sido el encargado entre los nuevos cardenales de dirigir un saludo de agradecimiento al Santo Padre en nombre de todos.  Por su parte, el Santo Padre ha asegurado en su discurso que  “nuestra cumbre” es “esta calidad del amor”, “nuestra meta y deseo es buscar en la llanura de la vida, junto al Pueblo de Dios, transformarnos en personas capaces de perdón y reconciliación”.

Así, el Pontífice ha dicho a los nuevos cardenales que  hoy se les pide “cuidar en tu corazón y en el de la Iglesia esta invitación a ser misericordioso como el Padre”. Como Iglesia –ha subrayado el Papa– seguimos siendo invitados a abrir nuestros ojos para mirar las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de su dignidad, privados en su dignidad”.

Además, el Pontífice ha recordado que el llamado de Jesús a los apóstoles va acompañado de un “ponerse en marcha”. En vez de mantenerlos en lo alto del monte, “los lleva al corazón de la multitud, los pone en medio de sus tormentos, en el llano de sus vidas”. Una invitación –ha explicado–  acompañada de cuatro imperativos que el Señor les hace para plasmar su vocación en lo concreto, en lo cotidiano de la vida. Son “cuatro etapas de la mistagogia de la misericordia”: amen, hagan el bien, bendigan y rueguen.

De este modo, el Santo Padre ha asegurado que estas cuatro acciones las realizamos fácilmente con las personas cercanas en el afecto pero, el problema surge cuando Jesús indica los destinarios de estas acciones: “amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman”.   Por eso ha advertido que frente a los enemigos, “nuestra actitud primera e instintiva es descalificarlos, desautorizarlos, maldecirlos”.

En esta línea, el Santo Padre ha querido subrayar que “en el corazón de Dios no hay enemigos, Dios tiene hijos”. Nosotros –ha indicado– levantamos muros, construimos barreras y clasificamos a las personas. Sin embargo, “el amor de Dios tiene sabor a fidelidad con las personas, porque es amor de entrañas, un amor maternal/paternal que no las deja abandonadas, incluso cuando se hayan equivocado”. Además, ha asegurado que “el amor incondicional del Padre” ha sido y es “verdadera exigencia de conversión para nuestro pobre corazón que tiende a juzgar, dividir, oponer y condenar”.

El Pontífice también ha aprovechado para señalar que vivimos en una época en la que  resurgen epidémicamente “la polarización y la exclusión como única forma posible de resolver los conflictos”. Por eso ha advertido de que muchas veces se considera enemigo  a una persona “por venir de una tierra lejana o por tener otras costumbres”, “por su color de piel, por su idioma o su condición social”, “por pensar diferente e inclusive por tener otra fe”. Y sin darnos cuenta –ha observado– esta lógica se instala en nuestra forma de vivir, de actuar y proceder.

En esta misma línea, ha observado cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento “se siembran por este crecimiento de enemistad entre los pueblos, entre nosotros”. Por eso, ha reconocido que “el virus de la polarización y la enemistad se nos cuela en nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar”. De este modo, “tenemos que velar para que esta actitud no cope nuestro corazón”, porque iría “contra la riqueza y la universalidad de la Iglesia” que podemos palpar en este “Colegio Cardenalicio”.

A continuación, el Pontífice lee la fórmula de creación y proclama solemnemente los nombres de los nuevos cardenales, anunciando el orden presbiteral o diaconal asignado. El rito prosigue con la profesión de fe de los nuevos cardenales delante del pueblo de Dios y el juramento de fe y obediencia al papa Francisco y sus sucesores.

Los nuevos cardenales, según el orden de creación, se arrodillan delante del Santo Padre que les impone el solideo y la birreta cardenalicia, entrega el anillo y asigna a cada uno iglesia de Roma “como signo de participación a la preocupación pastoral del Papa” en la ciudad. Finalmente, después de la entrega de la Bula de creación cardenalicia y de asignación del Título o de la Diaconía, el Santo Padre intercambia con cada nuevo cardenal el abrazo de paz.

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