(zenit – 22 julio 2020).- La Pontificia Academia para la Vida (PAV) publica hoy “Humana communitas en la era de la pandemia: consideraciones intempestivas sobre el renacimiento de la vida”, sobre las consecuencias de la crisis sanitaria causada por la COVID-19.
Se trata del segundo documento de la PAV, después del del pasado 30 de marzo, titulado “Pandemia y hermandad universal”, dedicado a la emergencia mundial a raíz del coronavirus.
El texto comienza planteando una serie de cuestiones “¿Qué lecciones hemos aprendido? Más aún, ¿qué conversión de pensamiento y acción estamos dispuestos a experimentar en nuestra responsabilidad común por la familia humana? (Francisco, Humana Communitas, 6 de enero 2019)”.
De este modo, se divide en dos apartados, el primero que habla sobre “La dura realidad de las lecciones aprendidas” y el segundo, en torno a la necesidad de conversión, se denomina “Hacia una nueva visión: El renacimiento de la vida y la llamada a la conversión”.
Lección de fragilidad
En el primer apartado, la Academia de la Vida se refiere a “la lección de la fragilidad”, pues “todos somos ‘frágiles’: radicalmente marcados por la experiencia de la finitud en la esencia de nuestra existencia, no sólo de manera ocasional.
No obstante, esta fragilidad ha sido más evidente en el caso de los hospitalizados y a “los que viven en la extrema pobreza al margen de la sociedad, especialmente en los países en desarrollo, los abandonados destinados al olvido en los campos de refugiados del infierno”.
Al mismo tiempo, la “dolorosa evidencia de la fragilidad de la vida puede también renovar nuestra conciencia de su naturaleza dada”.
Lección de finitud
Por otro lado, también se ha constatado que el fenómeno de la COVID-19 no es solo el resultado de “acontecimientos naturales”, pues lo que ocurre en la naturaleza surge “de una compleja intermediación con el mundo humano de las opciones económicas y los modelos de desarrollo, a su vez ‘infectados’ con un ‘virus’ diferente de nuestra propia creación”.
Todo esto “es el resultado, más que la causa, de la avaricia financiera, la autocomplacencia de los estilos de vida definidos por la indulgencia del consumo y el exceso”.
Por eso estamos llamados a reconsiderar nuestra relación con el hábitat natural, que “vivimos en esta tierra como administradores, no como amos y señores”: “Se nos ha dado todo, pero la nuestra es sólo una soberanía otorgada, no absoluta. Consciente de su origen, lleva la carga de la finitud y la marca de la vulnerabilidad. Nuestro destino es una libertad herida”.
Igualmente, el contraste entre las situaciones vivida en los países desarrollados y en vías de desarrollo pone de relieve “una paradoja estridente, al relatar, una vez más, la historia de la desproporción de la riqueza”
El “aceptar los límites de nuestra propia libertad” implica abrir nuestros ojos a la realidad de los seres humanos que experimentan tales límites “en su propia carne”, esto es, “en el desafío diario de sobrevivir, para asegurarse las condiciones mínimas a la subsistencia, alimentar a los niños y miembros de la familia, superar la amenaza de enfermedades a pesar de no tener acceso a los tratamientos por ser demasiado caros”.
En este sentido, el documento señala que las pérdidas de vidas en países pobres “podrían superarse mediante esfuerzos y políticas internacionales comprometidas”.
Lección de vulnerabilidad común
También debe prestarse más atención a “la interdependencia humana y a la vulnerabilidad común”, porque mientras los países “han sellado sus fronteras” e incluso algunos han practicado “un cínico juego de culpas recíprocas”, el virus “no reconoce fronteras”.
Es por ello que la Academia realiza un llamado a “una sinergia de esfuerzos” para intercambiar información, prestar ayuda y asignar recursos. Es necesario hacer un esfuerzo especial en el desarrollo de remedios y vacunas: en este ámbito, de hecho, “la falta de coordinación y cooperación se reconoce cada vez más como un obstáculo para abordar el COVID-19”.
Asimismo, resalta que la pandemia está aumentando “las desigualdades e injusticias ya existentes, y muchos países que carecen de los recursos y servicios para hacer frente adecuadamente al Covid-19 dependen de la asistencia de la comunidad internacional”.
Ética del riesgo y conversión
Las lecciones de fragilidad, finitud y vulnerabilidad llevan “al umbral de una nueva visión: fomentan un espíritu de vida que requiere el compromiso de la inteligencia y el valor de la conversión moral.”
Se trata, en primer lugar, de llegar a una “renovada apreciación de la realidad existencial del riesgo: todos nosotros podemos sucumbir a las heridas de la enfermedad, a la matanza de las guerras, a las abrumadoras amenazas de los desastres”.
Por otro lado, es preciso tener en cuenta que se trata de una pandemia que “nos insta a todos a abordar y remodelar las dimensiones estructurales de nuestra comunidad mundial que son opresivas e injustas, aquellas a las que en términos de fe se les llama ‘estructuras de pecado’”.
El llamamiento a la conversión, indica el documento, se dirige a nuestra responsabilidad: “su miopía es imputable a nuestra falta de voluntad de mirar la vulnerabilidad de las poblaciones más débiles a nivel mundial, y no a nuestra incapacidad de ver lo que es tan obviamente claro”.
Cooperación internacional
El texto apunta que el acceso a una atención de salud de calidad y a los medicamentos esenciales debe reconocerse como un derecho humano universal (cfr. Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos, art. 14). De esta premisa se desprenden lógicamente dos conclusiones.
De ello se desprende la conclusión de que es preciso el acceso universal “a las mejores oportunidades de prevención, diagnóstico y tratamiento, más allá de su restricción a unos pocos”, de manera que la distribución de una vacuna, una vez que esté disponible en el futuro, requeriría “el acceso para todos, sin excepciones”.
En segundo lugar, se confía en una “investigación científica responsable”, es decir, íntegra, libre de conflictos de intereses y basada en reglas de igualdad, libertad y equidad.
“El bien de la sociedad y las exigencias del bien común en el ámbito de la atención de la salud se anteponen a cualquier preocupación por el lucro”, señala la Academia, pues “las dimensiones públicas de la investigación no pueden ser sacrificadas en el altar del beneficio privado”.
Asimismo, se remarca que esta crisis “pone de relieve lo mucho que se necesita una organización internacional de alcance mundial, que incluya específicamente las necesidades y preocupaciones de los países menos adelantados que se enfrentan a una catástrofe sin precedentes”.
Solidaridad responsable
Finalmente, la Pontificia Academia para la Vida alude la promoción de una solidaridad responsable, que sepa reconocer la igual dignidad de todas las personas, especialmente de las que están en situaciones de necesidad.
En ella, “todos estamos llamados a hacer nuestra parte”, subraya el documento, motivo por el que se precisan estrategias políticas correctas y transparentes y procesos democráticos íntegros.
“Una comunidad responsable es aquella en la que las cargas de la cautela y el apoyo recíproco se comparten”,con miras al bienestar de todos, aclara el texto.
El documento concluye invitando a una “actitud de esperanza” que va más allá de la resignación y la nostalgia del pasado: “Es hora –de imaginar y poner en práctica un proyecto de convivencia humana que permita un futuro mejor para todos y cada uno”.
El documento completo de la Pontificia Academia para la Vida puede consultarse aquí.
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