«El amor es paciente y servicial» Reflexiones bíblicas de Mons. Fernando Chica

Sistema de Información del Vaticano

(RV).- En el programa "Tu palabra de la vida" de esta semana, Monseñor Fernando Chica Arellano – observador permanente de la Santa Sede ante los organismos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma – reflexiona acerca del capítulo IV de la Exhortación Apostólica Postsinodal de Papa Francisco llamada Amoris laetitia. Un capítulo en el que el Santo Padre habla extensamente del amor en el matrimonio y la familia. 

 

La Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris laetitia dedica su capítulo IV, el más extenso, al amor vivido en el matrimonio y la familia; amor que comparten en la vida cotidiana los esposos entre sí y con sus hijos. El amor pertenece a la condición humana. Es el impulso más grande del hombre; la fuerza que sostiene la raza humana, la familia, la sociedad. Dice al respecto el Papa Francisco: «No podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar. En efecto, la gracia del sacramento del matrimonio está destinada ante todo a perfeccionar el amor de los cónyuges…» (AL, 90).

Hablar de matrimonio es hablar de amor. El compromiso y la convivencia entre los esposos se alimenta del amor entre ellos. Sin amor no hay nada bello en la vida y el mismo matrimonio puede convertirse en una esclavitud. Pero no es fácil entender el verdadero sentido de la palabra «amor». El amor tiene hoy muchos sucedáneos. A veces se disfraza de amor lo que, en realidad, es egoísmo; a veces, incluso, el amor se disimula en un «egoísmo compartido», en un pacto interesado de no agresión.

Para mostrarnos el verdadero sentido del amor, el Santo Padre acude a un texto muy popular, asiduamente leído en las ceremonias de boda. Me refiero al himno que se encuentra en la Primera Carta de san Pablo a los Corintios. Recordémoslo: «El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,4-7).

Con estas palabras, San Pablo nos ha dejado una descripción insuperable del amor, usando para ello diversos adjetivos. Los dos primeros están descritos de una forma positiva: el amor es paciente y es servicial. Fijémonos en estas dos cualidades: la paciencia y el servicio.

La paciencia es una cualidad del Dios de la Alianza, un Dios «lento a la ira». La paciencia de Dios da espacio al arrepentimiento. La paciencia de Dios es ejercicio de la misericordia con el pecador y manifiesta el verdadero poder. La paciencia evita dejarse llevar por los impulsos y nos preserva de agredir. «La paciencia de Dios convoca a su imitación también dentro de la vida familiar», afirma Su Santidad (AL, 91).

Tener paciencia no es permitir que nos maltraten, agredan o miren como objetos. Se trata, más bien, de no exigir que las personas sean perfectas, de no colocarse en el centro, de no querer que se cumpla solo la propia voluntad. De no ser así, todo nos impacienta y nos lleva a reaccionar con agresividad. La convivencia entre nervios es ardua y la familia se convierte en un campo de batalla: «El amor tiene siempre un sentido de profunda compasión que lleva a aceptar al otro, también cuando actúa de modo diferente a lo que yo desearía», dice el Papa (cf. AL, 92).

La paciencia es una forma de amar a los demás con realismo y misericordia, tal como somos, con nuestras imperfecciones. Así es el amor de Dios. ¿Qué sería de nosotros si Dios no tuviera paciencia con nosotros? San Pablo nos dice también en el himno antes leído que el amor es servicial. Esta palabra, “servicial”, aparece esta única vez en la Biblia. Significa «la cualidad de una persona buena que muestra su bondad en sus obras». Pero en el texto citado aparece como un adjetivo que califica a la paciencia: se trata de una «paciencia servicial», que sirve.

En efecto, la paciencia no es una postura pasiva, sino que está acompañada por una reacción dinámica y creativa ante los demás. El amor beneficia y promueve a los demás. Se expresa en el servicio humilde y sencillo. No es solo un sentimiento; es «hacer el bien». Se ha de manifestar más en las obras que en las palabras: es «servicial» (cf. AL, 93). El amor está siempre dispuesto, siempre a punto para acudir donde haga falta, con discreción, sin importunar, sin hacerse notar. Amar es estar siempre pendiente de lo que otros pueden necesitar. En el amor se trata de atender más a los demás que a uno mismo.

Reflexionemos si nuestro amor es paciente y servicial. Solamente un amor así, paciente y servicial, permite crear un clima favorable para la convivencia en general y en especial para la vida de familia. Pidamos al Señor el don de la paciencia y la servicialidad, para, con la ayuda de su gracia, avanzar por los caminos de la serenidad y la entrega a Dios y a los demás, abandonando todo atisbo de egoísmo.

(Mireia Bonilla para RV)


Etiquetas:

Publicar un comentario

[facebook][blogger]

Parroquia Maria Auxiliadora Tuxpan

Forma de Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con tecnología de Blogger.
Javascript DesactivadoPor favor, active Javascript para ver todos los Widgets