Domingo XII del tiempo ordinario

Sistema de Información del Vaticano

 

Ciclo A

Textos: Jr 20, 10-13; Rom 5, 12-15; Mt 10, 26-33

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: ¡Con Dios victoria segura! ¡Fuera el miedo!

Resumen del mensaje: en nuestra vida podemos padecer en nuestra propia carne el drama de la persecución, de la humillación, como Jeremías (primera lectura). Pero no debemos temer pues Dios, fuerte defensor, lleva nuestra causa (primera lectura), ganada y ratificada con la sangre de Cristo (segunda lectura). Al contrario sepamos confesar y gritar aquí en la tierra nuestra fe en Cristo, para que Él nos defienda ante su Padre celestial en la otra vida (evangelio). La vida es una lucha continua. Pero con Dios, victoria segura.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, que la vida es una lucha continua, nadie lo niega. Si no, preguntémosle a Jeremías. Fue llamado por Dios a ser profeta cuando no había cumplido todavía los veinte años. El mensaje que tenía que predicar en nombre de Dios resultó incómodo a todos, especialmente a las autoridades, y por eso le persiguieron, le espiaron y le querían poner traspiés e intentar acabar con él. Es modelo de una persona que vivió intensamente la vocación profética y tuvo que echar mano de toda su fe para no perder la esperanza y seguir confiando en Dios. Confió en Dios y por eso ganó la batalla del desaliento. Todos pasamos por situaciones y horas terribles, como Jeremías en la primera lectura: nos traicionan, nos critican y difaman, nos abandonan y nos dejan en la estacada; se ríen de nosotros; perdemos el trabajo y algún ser querido se nos va de casa; una enfermedad va minando nuestra salud; no podemos pagar nuestra deudas acumuladas. Para qué seguir. Situaciones duras y miedos hoy que acechan el mundo, la Iglesia y nuestras familias e hijos son: la ideología del género, hoy en boga; la cultura de la muerte, a la vuelta de la esquina; el secularismo dictador que echa a Dios fuera de la mesa de nuestras decisiones; el ateísmo militante que boxea contra Dios con la hoz y el martillo; y la despersonalización ideológica del católico, que no se sabe a qué va y con quién comulga. Estos enemigos nos hacen temblar. ¡Con Dios victoria segura!

En segundo lugar, que también nosotros pasamos o pasaremos por momentos de dificultad como Jeremías, es un hecho. Que ser cristiano y católico no es fácil hoy día, es una verdad de a puño. Que muchos nos criticarán y humillarán, tengámoslo por seguro. Que nos interpretarán mal, que nos detendrán y tal vez nos golpearán, no lo descartemos. Que algunos nos tenderán esa sutil red de indiferencia y de burla, está claro. Que tendremos momentos de cansancio, de depresión, de flojera en nuestras convicciones cristianas, sin duda. ¿Qué hacer en esos momentos? Jesús no nos prometió que todo nos saldría bien y nos resultaría fácil. Debemos confiar nuestra causa a Cristo y ser fiel a nuestra fe cristiana, dando testimonio valiente de esa fe delante de todos. En estos momentos debemos escuchar en el corazón la palabra consoladora de Cristo: “No tengáis miedo”. Y Cristo, al decirlo, sabía bien que de sus oyentes, Pedro moriría en Roma cabeza abajo, su hermano Andrés en Patras crucificado en aspa, a Santiago le cortarían la cabeza en Jerusalén y a su hermano Juan le echarían en una sartén, le sacarían ileso y le desterrarían a las minas de metal en Patmos, isla flotante en el Egeo. Parece que ni un solo discípulo murió en la cama. Que Cristo nos lo diga a nosotros “No tengáis miedo”, es otro cantar. No nos metemos con nadie; ante el materialismo, el hedonismo, el secularismo y otros “ismos” ni la piamos; en las pesebreras de la pornografía nos ponemos morados como los demás, en el matrimonio jugamos a la cuerda floja, trampeamos con el fisco, con el ejemplo enseñamos a los hijos las grandes marrullerías….como los demás. Y si soy sacerdote o persona consagrada, no vigilo mis sentidos ni mis afectos y me expongo a llevar una vida doble en mi corazón; total, “necesito una compensación, pues soy humano”. ¿Voy a tener miedo? ¡Fuera el miedo! Así con Cristo, victoria segura.

Finalmente, el Papa Francisco nos está invitando a todos a la evangelización, a salir, a no tener vergüenza de predicar a Cristo; sueña con una Iglesia misionera que sale, y que prefiere una Iglesia “accidentada y herida por salir a la calle que enferma por el encierro y aferrada a sus comodidades”. Debemos llevar la alegría del evangelio, la ternura de Cristo. ¡Ay de mí si no tengo miedo! Señal sería de que no vivo el evangelio radical, de que no soy testigo de nada, de que soy uno más en la camada de este mundo. Malo sería si nadie me insulta de trabajador a conciencia, de libre en el acoso sindical, de respetuoso con Dios cuando al lado retumba el trueno de la blasfemia, de católico comprometido que pisa fuerte en la estera del respeto humano, de sacerdote y consagrado a carta cabal. Pues no, señor, no debemos tener miedo porque estamos en las manos de Dios; si Él lleva cuenta hasta de los cabellos de nuestra cabeza y de los gorriones del campo, cuánto más no cuidará de nosotros, que somos sus hijos. No tengamos miedo, no, pues los que persiguen a los discípulos de Jesús podrán matar el cuerpo, pero no el alma ni la libertad interior. No tengamos miedo, pues el mismo Jesús, ante su Padre, dará testimonio de nosotros si nosotros le hemos sido fieles. Seamos cristianos de ley. ¿Dónde está nuestro miedo? Con Cristo por delante, victoria segura.

Para reflexionar: ¿Tengo la valentía, la constancia, la fe, la confianza en Cristo para luchar por Cristo y su evangelio que es Buena Nueva, aunque muchos se incomoden? ¿Me arrugo ante el primer fracaso y dificultad, o me enardezco interiormente? Grita fuerte: “¡Con Cristo, victoria asegurada!”. ¿A qué tengo miedo? ¿A quién tengo miedo? ¿Por qué tengo miedo? ¿Cómo salir de ese miedo visceral que me paraliza? Mirando a Cristo grita: Señor, en vos confío.

Para rezar: recemos con el Salmo 30

En ti, Señor, me cobijo,
¡nunca quede defraudado!
¡Líbrame conforme a tu justicia,
tiende a mí tu oído, date prisa!
Sé mi roca de refugio,
alcázar donde me salve;
pues tú eres mi peña y mi alcázar,
por tu nombre me guías y diriges.
En tus manos abandono mi vida
y me libras, Señor, Dios fiel.
Me alegraré y celebraré tu amor,
pues te has fijado en mi aflicción,
conoces las angustias que me ahogan.
Ten piedad de mí, Señor,
que estoy en apuros.
La pena debilita mis ojos,
mi garganta y mis entrañas;
mi vida se consume en aflicción,
y en suspiros mis años;
sucumbe mi vigor a la miseria,
mis huesos pierden fuerza.
Pero yo en ti confío, Señor,
me digo: «Tú eres mi Dios».
Mi destino está en tus manos, líbrame
de las manos de enemigos que me acosan.
Dios, no quede yo defraudado
después de haberte invocado.
¡Qué grande es tu bondad, Señor !
La reservas para tus adeptos,
se la das a los que a ti se acogen
a la vista de todos los hombres.
¡Bendito Dios que me ha brindado
maravillas de amor!
¡Y yo que decía alarmado:
«Estoy dejado de tus ojos»!
Pero oías la voz de mi plegaria
cuando te gritaba auxilio”.

Para cualquier pregunta o sugerencia, contacte a este email: arivero@legionaries.org

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