Beata Mariam Thresia Chiramel Mankidiyan – 8 de junio

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(ZENIT – Madrid).- Dos ideas deberían permanecer fijas en la mente de quien se sumerja en las profundidades de la biografía de esta beata. Ambas señaladas en el evangelio: que no se nos pedirá nada que supere nuestras fuerzas (1Cor 10,13), y que la gracia de Dios nos basta para asumir lo que nos corresponda (2 Cor 12, 9). Conviene tenerlas siempre en cuenta para el devenir de la vida espiritual aunque no esté impregnada de los sobresaltos que caracterizaron la de Mariam Thresia. Sufrió atroz acoso del maligno que la asedió y la maltrató brutalmente durante años en el cuerpo y en el alma. La minuciosidad de los hechos relatados a su director espiritual y cofundador de la Orden que instituyó producen verdaderos escalofríos. Algunos guardan semejanza con los experimentados por los grandes maestros del desierto: Antonio, Pacomio e Hilario. La evangélica respuesta que les dio revela su heroica fe y paciencia. Siempre aceptó humilde y confiada lo que acontecía. Misteriosamente formó parte del plan trazado por Dios, que nunca la abandonó. Tuvo el consuelo de la Virgen María y fue agraciada por numerosos carismas. Conmueve su ardiente caridad y el amor que profesó a enfermos y moribundos desgastándose por Cristo, pasando por encima de sus sufrimientos. Constituye un paradigma de paciencia en la tentación.

Considerada precursora de la Madre Teresa de Calcuta, Thresia nació el 26 de abril de 1876 en Puthenchira, Kerala, India. Le impusieron ese nombre al bautizarla, y después añadió el de Mariam porque fue la respuesta de la Virgen cuando le preguntó cómo debía llamarse. Era la tercera de cinco hijos de una humilde familia. Podrían haber tenido buenos recursos, pero el abuelo tuvo que hacer frente a cuantiosas dotes para desposar a sus hijos y quedaron en la ruina. Creció con el anhelo de amar a Dios; era tan poderoso que le inducía a abandonar los juegos infantiles para ensimismarse en su presencia. Guiada por su anhelo de imitar a Cristo Redentor, no ahorraba sacrificios. La intensidad de sus oraciones, ayunos y vigilias nocturnas preocuparon a su madre porque afectaban a su salud; vigilaba su alimentación para que fuera la debida, pero ella se las ingeniaba para dar su comida a otros. Tenía gran devoción por María, solía rezar el rosario varias veces al día y escuchaba misa también diariamente junto a su madre. Tres de sus amigas de la infancia serían las primeras integrantes de su fundación.

A los 12 años perdió a su madre, una mujer de fe y gran corazón que influyó mucho en ella, y eso supuso el fin de su formación académica. Pero su objetivo era llevar una vida de oración y penitencia. Por ello, en 1891 abandonó su casa eligiendo la vida eremítica. Fracasó en su propósito y se insertó en la parroquia. Junto a tres compañeras abrió una fecunda vía caritativa a favor de los pobres y marginados de Kerala. A la par ofrecía sus oraciones y penitencias por la conversión de los pecadores. Engrosó el cáliz de su sacrificio con los despiadados ataques del maligno –a veces fueron legiones de demonios– en un intento de apoderarse de su voluntad con multitud de formas distintas. Quisieron mancillar su pureza, inducirla a desesperación, a renunciar a la penitencia, fue golpeada y herida… No se puede entrar aquí en detalles, pero le asaltaban sin darle tregua a lo largo del día y de la noche, fuera cual fuese su quehacer. Recibía la gracia para soportar tantos tormentos con mansedumbre y humildad. También acogía con espíritu victimal lo que sobrevenía de lo alto. Porque ella, como el Padre Pío, recibió los estigmas de la Pasión que mantenía celosamente escondidos debajo de la ropa. Sin embargo, hubo otras manifestaciones que no pudo ocultar. De sus levitaciones fueron testigos numerosas personas. En sus frecuentes éxtasis veía a la Sagrada Familia y a otros santos, como Teresa de Jesús.

Dio cuenta de las torturas que padecía a su confesor, el siervo de Dios padre Joseph Vithayathil cuyas indicaciones siguió a rajatabla. Este sacerdote, nacido en 1865 en Ernakulam, Kerala, había recibido la ordenación sacerdotal en 1894, y tras pasar por varias parroquias de la diócesis de Trichur se convirtió en su director espiritual. La acompañó y orientó apostólicamente. En una de sus cartas Thresia le dijo: «Dios dará la vida eterna a los que convierten a los pecadores y los llevan al camino recto».

En un momento dado, el padre Vithayathil informó al obispo de los fenómenos que le sobrevinieron a la beata, hechos que fueron particularmente intensos entre 1902 y 1905, pero que se dilataron hasta 1913. En un primer momento el prelado dudó de la autenticidad de lo que ella exponía, y fue sometida a numerosos exorcismos. En 1903, en medio de este dolorosísimo proceso, confió al vicario apostólico de Trichur su proyecto de crear una casa de retiro y oración. Le sugirieron que ingresase en el convento de las clarisas franciscanas, y después la remitieron a las carmelitas de Ollur. Thresia obedeció, pero se dio cuenta de que ninguno de estos carismas colmaba su inquietud espiritual, que tenía otra vocación. Ésta se orientaba a los moribundos, a quienes ya venía consolando; suplicaba para ellos fortaleza, y buscaba el modo de que murieran en paz.

Cuando el obispo constató que Dios quería suscitar por medio de ella una nueva fundación, le autorizó a ponerla en marcha. En su decisión pesaron los diez años transcurridos desde que comenzó a mantenerla en observación. En todos ellos constató la autenticidad de su vivencia, su visible respuesta llena de paciencia, humildad y obediencia. El 14 de mayo de 1914 fue erigida canónicamente la Congregación de la Sagrada Familia. El padre Vithayathil fue cofundador de esta Orden religiosa. Thresia murió el 8 de junio de 1926 como resultado de una caída que le produjo una herida en una pierna, lesión que no se pudo controlar y se agravó por su diabetes. Juan Pablo II la beatificó el 9 de abril de 2000. El padre Vithayathil falleció el 8 de junio de 1964. Fue sepultado junto a la tumba de Thresia, en Kerala.

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